Page 80 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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—Bravo, último de los Reyes de Narnia, que se mantuvo firme en la hora más oscura.
       —Aslan —dijo Lucía a través de sus lágrimas—, ¿podrías..., quisieras..., hacer algo por
esos pobres enanos?
       —Queridísima —repuso Aslan—, te voy a mostrar tanto lo que puedo como lo que no
puedo hacer.
      Se acercó a los Enanos y lanzó un largo gruñido, muy bajo pero que hizo temblar el
aire. Pero los Enanos se decían unos a otros: “¿Escuchaste eso? Es la pandilla al otro lado
del Establo. Tratan de asustamos. Lo hacen con alguna máquina especial. No les hagan caso.
¡No volverán a embaucarnos!
      Aslan levantó la cabeza y sacudió su melena. Al instante apareció un glorioso banquete
sobre las rodillas de los Enanos: pasteles y lenguas y pichones y bizcochos y helados, y cada
Enano tenía una copa de buen vino en su mano derecha. Pero no sirvió de nada.
Comenzaron a comer y a beber con bastante avidez, pero era evidente que no podían
saborear nada como es debido. Pensaban que comían y bebían solamente el tipo de cosas
que puedes encontrar en un Establo. Uno dijo que estaba tratando de comer heno y otro
dijo que le había tocado un pedazo de nabo añejo y un tercero dijo haber encontrado una
hoja de repollo rancio. Y se llevaban las copas doradas llenas de exquisito vino rojo a sus
labios y decían: “¡Uf! ¡Imagínate, tener que beber agua sucia del abrevadero que ha usado
un burro! Jamás pensé que llegaríamos a esto”. Pero muy pronto cada Enano principió a
sospechar que otro Enano había encontrado algo mejor de lo que él tenía, y empezaron a
robarse y a arrebatarse la comida, y comenzaron a reñir, hasta que en pocos minutos se
armó una verdadera lucha libre y se mancharon las caras y la ropa con esa deliciosa comida y
hasta la pisotearon. Pero cuando por fin se sentaron a curarse sus ojos en tinta y sus narices
sangrantes, todos dijeron:
       —Bueno, en todo caso, no hay ningún embuste aquí. No hemos permitido que nadie
nos embauque. Los Enanos con los Enanos.

       —¿Ves? —dijo Aslan—. No nos dejarán ayudarlos. Han elegido la astucia en lugar de
la fe. Su prisión está en sus propias mentes nada más, y sin embargo están aprisionados allí;
y tan temerosos de que los engañen que no hay cómo sacarlos. Pero vengan, niños. Tengo
otro trabajo que hacer.

      Fue hasta la puerta y todos lo siguieron. Levantó la cabeza y rugió: “¡Ya es tiempo!“; y
después más fuerte: “¡Tiempo!”; y en seguida tan fuerte que debe haber sacudido a las
estrellas: “¡TIEMPO!” La puerta se abrió de inmediato.
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