Page 2 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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EL CUADRO DE LA HABITACION
ABIA un niño llamado Eustaquio Clarence Scrubb* y casi merecía ese nombre.
Sus padres lo llamaban Eustaquio Clarence y sus profesores, Scrubb. No puedo
decirles qué nombre le daban sus amigos, porque no tenía ninguno. El no trataba
a sus padres de “papá” y de “mamá”, sino de Haroldo y Alberta. Estos eran muy
modernos y de ideas avanzadas. Eran vegetarianos, no fumaban, jamás tomaban bebidas
alcohólicas y usaban un tipo especial de ropa interior. En su casa había pocos muebles;
en las camas, muy poca ropa, y las ventanas estaban siempre abiertas.
A Eustaquio Clarence le gustaban los animales, especialmente los escarabajos,
pero siempre que estuvieran muertos y clavados con un alfiler en una cartulina. Le
gustaban los libros si eran informativos y con ilustraciones de elevadores de granos o de
niños gordos de otros países haciendo ejercicios en escuelas modelos.
A Eustaquio Clarence no le gustaban sus primos, los cuatro Pevensie —Pedro,
Susana, Edmundo y Lucía—. Sin embargo, se alegró mucho cuando supo que Edmundo y
Lucía se iban a quedar durante un tiempo en su casa. En el fondo le gustaba mandar y
abusar de los más débiles; y aunque era un tipo insignificante, ni siquiera capaz de
enfrentar en una pelea a Lucía, ni mucho menos a Edmundo, conocía muchas maneras de
hacer pasar un mal rato a cualquiera, especialmente si estás en tu propia casa y ellos son
sólo visitas.
Edmundo y Lucía no querían por ningún motivo quedarse con sus tíos Haroldo y
Alberta. Pero realmente no lo pudieron evitar. Ese verano su padre fue contratado para
dictar conferencias en Norteamérica durante dieciséis semanas y su madre lo acompañó,
pues desde hacía diez años no había tenido verdaderas vacaciones.
Pedro estudiaba sin descanso para un examen y aprovecharía sus vacaciones para
prepararse con clases particulares del anciano profesor Kirke, en cuya casa los cuatro
niños tuvieron fantásticas aventuras mucho tiempo atrás, en los años de la guerra. Si el
profesor hubiera vivido aún en aquella casa, los habría recibido a todos. Pero, por
diversas razones, se había empobrecido desde aquellos lejanos días y ahora habitab a una
casita de campo con un solo dormitorio para alojados.
Llevar a los otros tres niños a Norteamérica resultaba demasiado caro, así es que
sólo fue Susana. Los adultos la consideraban la belleza de la familia, aunque no una
buena estudiante (a pesar de que en otros aspectos era bastante madura para su edad).
Por eso, mamá dijo que “ella iba a aprovechar mucho más un viaje a Norteamérica que
sus hermanos menores”. Edmundo y Lucía trataron de no envidiar la suerte de Susana,
pero era demasiado espantoso tener que pasar las vacaciones en casa de sus tíos.
—Y para mí es muchísimo peor —alegaba Edmundo—, porque tú, al menos,
tendrás una habitación para ti sola; en cambio yo tengo que compartirla con ese requete
apestoso de Eustaquio.
La historia comienza una tarde en que Edmundo y Lucía aprovechaban unos pocos
minutos a solas. Por supuesto, hablaban de Narnia; ese era el nombre de su propio y
secreto país. Yo supongo que la mayoría de nosotros tiene un país secreto, pero en
nuestro caso es sólo un país imaginario. Edmundo y Lucía eran más afortunados que
otras personas: su país secreto era real. Ya lo habían visitado dos veces; no en un juego ni
en sueños, sino en la realidad. Por supuesto habían llegado allí por magia, que es el único
camino para ir a Narnia. Y una promesa, o casi una promesa que se les hizo en
Narnia mismo, les aseguraba que algún día regresarían. Te podrás imaginar que hablaban
mucho de todo eso, cuando tenían la oportunidad.