Page 6 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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— ¡Por el amor del cielo! ¿Qué es eso? Saquen esa horripilancia de aquí.
       En realidad esta vez tenía algo de razón en sorprenderse, ya que de la cabina de popa
había salido algo en verdad muy curioso, y se acercaba lentamente hacia ellos. Podríamos
decir que se trataba, y de hecho eso era, de un ratón; pero este era un Ratón que caminaba
en sus patas traseras y medía cerca de sesenta centímetros de alto. Alrededor de su cabeza
llevaba una delgada banda de oro que pasaba por debajo de una oreja y por encima de la
otra, y en ella había pegada una gran pluma carmesí. (Como el pelaje del Ratón era muy
oscuro, casi negro, el efecto era audaz y llamativo). Su pata izquierda se apoyaba en la
empuñadura de una espada casi tan larga como su propia cola; con un equilibrio perfecto,
elegantes modales y aspecto grave, se paseaba por la cubierta oscilante del barco. Lucía y
Edmundo lo reconocieron de inmediato. Era Rípichip, el más valiente de todos los
Animales que Hablan de Narnia y el Jefe de los ratones. Se había hecho merecedor de
eterna gloria durante la segunda batalla de Beruna. Lucía, como siempre, tuvo muchas
ganas de tomarlo en sus brazos y regalonearlo, pero bien sabía que jamás podría darse ese
gusto, ya que esto ofendería profundamente a su amigo. En lugar de ello se arrodilló para

hablar con él.
       Rípichip adelantó su pata izquierda, dejando atrás la derecha, hizo una reverencia y

le besó la mano; luego se enderezó, se retorció los bigotes y dijo con su voz aguda y
chillona:

       —Mis más humildes respetos a su Majestad y también al Rey Edmundo —al decir
estas palabras, se inclinó nuevamente—: Sólo la presencia de sus Majestades faltaba a esta
gloriosa aventura.

       —¡Uf! Llévenselo de aquí —gimió Eustaquio—, odio los ratones y jamás he podido
soportar a los animales amaestrados. Son tontos, vulgares... y... sentimentales.

       Después de mirarlo fijamente durante algunos segundos, Rípichip se volvió a Lucía
y dijo:

       —¿Debo suponer que esta persona tan increíblemente grosera está bajo la protección
       de su Majestad? Porque de lo contrario...

       En ese momento Lucía y Edmundo estornudaron.
       —¡Qué tonto he sido al dejarlos aquí con sus ropas empapadas! —exclamó
Caspian—. ¿Por qué no van abajo y se cambian? Yo le cederé mi cabina a Lucía, por
supuesto, pero me temo que no tenemos ropa femenina a bordo. Tendrás que
arreglártelas con algo de lo mío. Rípichip, como buen compañero, enséñale el camino.
       —Por servir a una dama, hasta por un asunto de honor debe ceder su lugar... al
menos por el momento —señaló Rípichip y lanzó una mirada muy dura a Eustaquio. Pero
Ca sp ian los obligó a apresurarse, y pocos minutos más tarde Lucía estaba dentro de la
cabina de popa. Se enamoró de ella en el acto: las tres ventanas cuadradas, por las que se
veía el agua azul y arremolinada a popa; las tres bancas bajas con cojines que rodeaban
tres costados de la mesa; la lámpara de plata que oscilaba sobre su cabeza (“hecha por
los enanos”, pensó Lucía en seguida, por su exquisita delicadeza); y, colgada en la pared
de enfrente, sobre la puerta, la imagen de Aslan, el León, pintada en oro. Todo esto lo

captó Lucía en un minuto, ya que inmediatamente Casp i an abrió la puerta a estribor y
entró.

       —Esta será tu habitación, Lucía. Yo sólo recogeré alguna ropa seca para mí
                                                                                                                 —

dijo mientras revolvía uno de los cajones—, y luego me iré para que puedas cambiarte.
Si tiras tu ropa mojada al lado de la puerta, encargaré que la lleven a la cocina para
secarla.

       Lucía se sintió tan en su casa como si hubiese estado semanas en la cabina de
Casp ian; el movimiento del barco no la molestaba, ya que había hecho numerosos viajes
cuando fue reina de Narnia, mucho tiempo atrás. La cabina era diminuta, pero clara y
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