Page 3 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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Estaban en la habitación de Lucía, sentados al borde de su cama y observaban el

cuadro que colgaba en la pared frente a ellos. Era el único de la casa que les gustaba. A tía

Alberta no le gustaba nada (por eso el cuadro había sido relegado a la pequeña pieza del

fondo, en el segundo piso), pero no podía deshacerse de él porque se lo había regalado

para su matrimonio una persona a quien no quería ofender.

       Representaba un barco... un barco que navegaba casi en línea recta hacia uno... La

proa era dorada y tallada en forma de una cabeza de dragón con su gran boca abierta;

tenía sólo un mástil y una gran vela cuadrada, de un vivísimo color púrpura. Los

costados del barco, lo que se podía distinguir de ellos al final de las alas doradas del

dragón, eran verdes. El barco acababa de encumbrar sobre la cresta de una imponente ola

azul que, al reventar, casi se te venía encima, llena de brillos y burbujas. Obviamente, el

barco avanzaba muy veloz impulsado por un alegre viento, inclinándose levemente a

babor. (A propósito, si van a leer esta historia y si aún no lo saben, mé tanse bien en la

cabeza que en un barco, mirando hacia adelante, el lado izquierdo es babor y el derecho,

estribor.) Toda la luz del sol bañaba ese lado de la nave, y allí el agua se llenaba de

verdes y morados. A estribor, el agua era de un azul más oscuro debido a la sombra del

barco.
       —Me pregunto —comentó Edmundo— si no será peor mirar un barco de Narnia

cuando uno no puede ir allí.
       — Incluso mirar es mejor que nada —señaló Lucía—, y la verdad es que ese es un

barco típico de Narnia.
       — ¿Siguen con su viejo jueguito? —preguntó Eustaquio Clarence, que había estado

escuchando tras la puerta, y entraba ahora en la habitación con una son risa burlona.

       Durante su estada con los Pevensie el año anterior, se las arregló para escuchar

cuando hablaban de Narnia y le encantaba tomarles el pelo. Por supuesto que pensaba

que todo esto era una mera invención de sus primos, y como él era incapaz de inventar

algo por sí mismo, no lo aprobaba.
       —Nadie te necesita aquí —le dijo fríamente Edmundo.
       — Estoy tratando de hacer un verso —dijo Eustaquio—, algo más o menos así:
       “Por inventar juegos sobre Narnia, algunos niños están cada vez más chiflados”. —
       Bueno, para comenzar, Narnia y chiflado no riman en lo más mínimo —dijo

Lucía.
       — Es una asonancia —contestó Eustaquio.
       —No le preguntes lo que es una aso-cómo-se-llama —pidió Edmundo—. Lo único

que quiere es que se le pregunten cosas. No le digas nada y a lo mejor se va.

       Frente a tal acogida, la mayoría de los niños se habría mandado cambiar o, por lo

menos, se habría enojado; pero Eustaquio no hizo ni lo uno ni lo otro, sino que se quedó

allí dando vueltas, con una mueca burlesca, y en seguida comenzó nuevamente a hablar.
        — ¿Les gusta ese cuadro? —preguntó.
       — ¡Por el amor de Dios! No lo dejes que se ponga a hablar de a rte y todas esas

cosas —se apresuró a decir Edmundo.

       Pero Lucía, que era muy sincera, ya había dicho que a e lla sí le gustaba y mucho.
       — Es un cuadro pésimo —opinó Eustaquio.
       —No lo verías si te vas para afuera —dijo Edmundo.
       — ¿Por qué te gusta? —preguntó Eustaquio a Lucía.
       —Bueno, por una razón muy simple —respondió Lucía—: realmente el barco

parece moverse. Y el agua se ve como si estuviera en verdad mojada. Y las olas se ven
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