Page 4 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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como si en verdad subieran y bajaran con la marea.
Es evidente que Eustaquio podría haber respondido de mil m aneras a este
comentario, pero no dijo nada, porque en ese mismo momento miró las olas del cuadro y
vio que efectivamente parecían subir y bajar. Sólo una vez había estado en un barco (y
aquella vez únicamente hasta la cercana isla de Wight) y se mareó en una forma horrible.
El ver las olas en el cuadro lo hizo volver a experimentar esa desagradable sensación; s e
puso verde y trató de mirar otra vez, pero en ese momento ocurrió algo que hizo que los
tres niños quedaran con la boca abierta, mirando con ojos fijos.
Seguramente lo que ellos vieron es difícil de creer cuando se lee en un libro, pero
el presenciarlo fue igualmente increíble. Todos los elementos del cuadro comenzaron a
moverse, pero no como ocurre en el cine, ya que los colores er an demasiado claros,
limpios y reales como para una película. Se sumergió la proa de la nave en la ola,
haciendo explotar una masa de espuma; luego la ola se alzó tras el barco y por primera
vez se pudieron ver su popa y cubierta, pero pronto volvieron a desaparecer con el
impacto de la siguiente ola que lo azotó, levantando nuevamente su proa. En ese mismo
momento, un cuaderno que estaba tirado en la cama al lado de Edmundo comenzó a
agitarse, luego se elevó y, por último, cruzó suavemente los aires hacia la muralla que
estaba tras él. Lucía sintió que su peló le azotaba la cara como en los días de viento; y
ese era un día ventoso, pero el viento soplaba desde el cuadro hacia e llos. Y de pronto,
junto al viento vinieron los ruidos: el murmullo de las olas, el golpe del agua contra los
costados del barco, los crujidos y el fuerte rugido constante que el agua y el aire
producían de proa a popa. Pero fue el olor, ese olor violento y salado, lo que finalmente
convenció a Lucía de que no estaba soñando.
—¡Basta! —se oyó la voz chillona de Eustaquio, rechinando de miedo y rabia—.
Esto debe ser un truco estúpido inventado por ustedes. ¡Basta! Se lo diré a Alberta...
¡Ay!
Los otros dos niños estaban más acostumbrados a las aventuras, pero así y todo
cuando Eustaquio dijo “Ay”, ambos dijeron “Ay” al mismo tiempo. La causa fue una
gran ola salada y fría que reventó justo fuera del cuadro, dej ando a los niños sin
respiración por su chasquido, además de completamente empapados.
— ¡Voy a hacer añicos esa porquería! —gritó Eustaquio.
Y a continuación sucedieron muchas cosas al mismo tiempo. Eustaquio se
precipitó hacia el cuadro. Edmundo, que sabía algo de magia, dio un salto y cor rió tras él
advirtiéndole que tuviese cuidado y no fuera tonto. Lucía trató de cogerlo por el otro lado,
pero fue arrastrada hacia adelante. Y ahora sucedía que o bien ellos se achicaron, o el
cuadro se hizo más grande. Eustaquio saltó para tratar de descolgarlo de la pared y de
pronto se encontró parado en el marco; lo que vio frente a sí no era un vidrio, sino que el
mar de verdad, y viento y olas que se precipitaban contra el marco, como contra una
roca. Se desequilibró y trató de agarrarse a los otros dos, que habí an saltado a su lado.
Hubo un segundo de lucha y griteríos, y cuando creyeron haber recuperado el equilibrio,
se levantó a su alrededor una gran ola azul que los arrastró y los precipitó al mar. El
grito desesperado de Eustaquio se acalló repentinamente cuando se le llenó la boca de
agua.
Lucía dio gracias a Dios por haber practicado mucho su natación dur ante el verano
anterior; pero no se puede negar que le habría ido mejor con brazadas más lentas y si el
agua no estuviera mucho más fría de lo que parecía cuando era sólo un cuadro. Aun así,
mantuvo la calma y se sacó los zapatos con los pies, como debe hacerlo cualquier
persona que cae al agua vestida. También mantuvo la boca cerrada y los ojos abiertos.
Estaban aún muy cerca del barco; Lucía pudo ver su costado verde alzándose muy alto
sobre ellos, y gente que la miraba desde cubierta. Entonces, como era de esperar,