Page 95 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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través del muro, que tomó los maravillosos colores del arco iris. Después se dieron
cuenta de que el muro, en realidad, era una grande, una inmensa ola, una ola sin fin, fija en
el mismo lugar, como casi siempre ves al filo de una catarata. Parecía medir cien metros
de alto, y la corriente veloz los arrastraba hacia ella. Seguramente pensarás que temieron
algún peligro. Pero no fue así, y no creo que nadie en su lugar temiera nada, pues en ese
instante vieron algo no sólo al otro lado de la ola, sino detrás del sol. Ellos ni siquiera
podrían haber visto el sol si sus ojos no se hubieran fortalecido con el agua del Ultimo
Mar. Pero ahora podían mirar el sol naciente y verlo claramente, y ver cosas más allá de
él. Lo que vieron (más allá del sol, al este) fue una cadena de montañas. Eran tan altas,
que no sé si alcanzaban a divisar sus cumbres, o lo olvidaron. Nadie recuerda haber visto
cielo en esa dirección. Y las montañas deben haber estado realmente fuera del mundo.
Porque cualquier montaña que tenga un cuarto de un vigésimo de esa altura, tendría que
haber tenido hielo y nieve en sus cumbres. Sin embargo, éstas eran cálidas y verdes,
cubiertas de bosques y cataratas hasta las alturas. De pronto sintieron una brisa que
venía del este, que revolvió la cresta de la ola formando figuras de espuma, y encrespó el
agua tranquila a su alrededor. Duró sólo un segundo, pero ninguno de esos tres niños
podrá olvidar jamás lo que les trajo en ese segundo. Les trajo un aroma y un sonido, un
sonido musical. Edmundo y Eustaquio nunca hablaron de esto después. Lucía sólo pudo
decir:
—Era de partir el corazón.
— ¿Por qué? —le pregunté—. ¿Era muy triste?
— ¿Triste? ¡Oh, no! —dijo Lucía.
Ninguno en aquel bote dudó de que estaba mirando más allá del Fin del Mundo,
hacia el país de Aslan.
En ese momento, con un crujido, el bote encalló. El agua era demasiado baja,
incluso para el bote.
—Aquí —dijo Rípichip— es donde yo sigo solo.
Ni siquiera trataron de detenerlo, ya que todo parecía estar predestinado, o haber
ocurrido antes. Lo ayudaron a bajar su pequeña barquilla; él se sacó su espada (—No la
volveré a necesitar —dijo) y la arrojó lejos sobre el mar de lirios y, donde cayó, quedó
parada con la empuñadura por encima de la superficie. Luego dijo adiós a todos, tratando
de sentir tristeza por ellos; pero la verdad es que se estremecía de felicidad. Lucía, por
primera y última vez en su vida, hizo lo que siempre había deseado: lo tomó en sus
brazos y lo acarició. Luego Rípichip se subió apresuradamente a su barquilla, tomó su
remo, y la corriente lo envolvió y se lo llevó. Se veía muy negro en medio de los lirios.
Pero no crecían lirios sobre la ola; era una cuesta suave y verde. La barquilla iba cada vez
más rápido y finalmente subió por el lado de la ola en una forma maravillosa. Por una
fracción de segundo vieron su silueta y la de Rípichip en la cumbre. Luego se
desvaneció, y desde entonces nadie puede afirmar que haya visto verdaderamente a
Rípichip, el Ratón. Pero yo creo que llegó sano y salvo al país de Aslan, y que sigue
viviendo allí hasta el día de hoy.
A medida que salía el sol, se perdían de vista esas montañas de fuera del mundo.
La ola permaneció allí, pero tras ella sólo se veía el cielo azul.
Los niños abandonaron el bote y empezaron a vadear, no hacia la ola, sino hacia el
sur, teniendo el muro de agua a su izquierda. No podrían explicar por qué hacían eso; era
su destino. Y, aunque habían sentido (y así había sido) que habían crecido mucho a
bordo del Explorador del Amanecer, ahora sintieron justo lo contrario y se tomaron de la
mano mientras avanzaban dificultosamente entre los lirios. Nunca tuvieron cansancio. El
agua era tibia y cada vez se hacía menos profunda, hasta que finalmente pisaron arena
seca y luego pasto, un inmenso llano de pasto muy fino y corto, casi al mismo