Page 93 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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y Caspian se decían uno al otro “creo que no podré resistir esto por mucho tiempo más y,
sin embargo, no quisiera que terminara”.

       Sondeaban el fondo muy a menudo, pero fue sólo unos días más tarde que el agua se

notó mucho menos profunda. A partir de entonces, continuó haciéndose cada vez más baja,

hasta que llegó el día en que tuvieron que remar fuera de la corriente y tantear su

travesía a paso de tortuga, siempre remando. Y muy pronto se hizo evidente que el

Explorador del Amanecer no podría seguir navegando hacia el este. De hecho, se

salvaron de encallar sólo gracias a una muy inteligente maniobra.
       —Bajen el bote —gritó Caspian— y luego reúnan a los hombres en la popa. Quiero

decirles algo.
       — ¿Qué irá a hacer? —susurró Eustaquio a Edmundo—. Hay algo muy raro en su

mirada.
       — Creo que a lo mejor todos tenemos esa mirada —dijo Edmundo.

       Se reunieron con Caspian en la popa, y pronto todos los hombres se apiñaban al pie

de la escalera para oír el discurso del rey.
       —Amigos —comenzó Caspian—, ya hemos cumplido el objetivo de nuestro viaje.

Hemos resuelto el misterio de los siete lores y, como sir Rípichip juró nunca más volver,

cuando regresen a la isla de Ramandú, sin duda encontrarán despiertos a lord Revilian, a

lord Argoz y a lord Mavramorn. A ti, lord Drinian, encargo este barco y te pido que

navegues de vuelta a Narnia lo más rápido que puedas, y, sobre todo, que no

desembarquen en la Isla de Aguas de Muerte. Di a mi regente, el Enano Trumpkin, que

dé a todos mis compañeros de barco la recompensa que les prometí. Se la tienen bien

merecida. Y si yo no regreso, es mi voluntad que el Regente, y el maestro Cornelio, el

tejón Cazatrufas y Lord Drinian, elijan un rey para Narnia, con el consentimiento...
       —Pero, su Majestad —interrumpió Drinian—, ¿está usted abdicando?
       —Yo iré con Rípichip a ver el Fin del Mundo —contestó Caspian.

       Se oyó un murmullo de desaliento entre los marineros.
       — Tomaremos el bote —dijo Caspian—. Ustedes no lo necesitarán en estos mares

tranquilos y al llegar a la isla de Ramandú deberán construir uno. Y ahora...
       — Caspian —dijo de súbito Edmundo, en tono severo—. No puedes hacer eso.
       —Por supuesto que no —dijo Rípichip—. Su Majestad no puede hacer eso. —
       Por cierto que no —dijo Drinian.
        — ¿No puedo? —preguntó Caspian con aspereza, asemejándose bastante, por un

instante, a su tío Miraz.
       —Le ruego me perdone, su Majestad —dijo Rynelf desde la cubierta de abajo—,

pero si alguno de nosotros hiciese tal cosa, se le llamaría desertor.
       —Presumes demasiado por tus años de servicio, Rynelf —repuso Caspian.
       —No, Señor. El tiene razón —dijo Drinian.
       — ¡Por la Melena de Aslan! —exclamó Caspian—.

       Pensaba que todos ustedes eran mis súbditos, no mis maestros.
       —Yo no lo soy —dijo Edmundo—, y te digo que n o puedes hacerlo.
        — ¿Que no puedo? ¿Otra vez? —dijo Caspian—. ¿Qué quieres decir?
       — Si su Majestad lo prefiere, diremos que no d e b ería —dijo Rípichip, con una
profunda reverencia—. Eres el Rey de Narnia. Si no regresas, faltarás a tu palabra ante

todos tus súbditos, especialmente Trumpkin. No te entretendrás en aventuras como si

fueras un particular. Y si su Majestad no escucha razones, será el deber de lealtad de

todos a bordo apoyarme para desarmarlo y atarlo, hasta que recupere la cordura.
       —Así es —dijo Edmundo—. Como lo hicieron con Ulises cuando quiso acercarse a

las sirenas.
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