Page 92 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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corriente. ¡ Sea lo que fuere, no me gustaría estrellarme contra eso a esta velocidad!
Hicieron lo que decía Drinian y de ese modo siguieron avanzando cada vez más
lento. La blancura no se hizo menos misteriosa a medida que se acercaban a ella. Si era
tierra, debía ser una tierra sumamente extraña, ya que se veía tan suave como el agua y
parecía estar exactamente al mismo nivel del mar. Cuando ya estuvieron muy cerca,
Drinian dio un fuerte vuelco al timón e hizo girar el Explorador del Amanecer hacia el
sur, de modo que quedó dando el costado a la corriente, y comenzaron a remar un poco
en esa dirección, por el borde de la blancura. Mientras lo hacían, por casualidad
descubrieron algo muy importante: la corriente medía cerca de ciento veinte metros de
ancho, y el resto del mar estaba tranquilo como una taza de leche. Esta era una excelente
noticia para la tripulación, que empezaba a pensar que un viaje de regreso a la isla de
Ramandú, remando contra la corriente todo el camino, sería algo bastante poco
deportivo. (Esto explicaba también por qué la pastora había desaparecido tan
rápidamente a popa. No estaba en la corriente, ya que de haber estado, se habría movido al
este a igual velocidad que el barco).
Pero aún nadie lograba descubrir qué era eso blanco. Entonces bajaron el bote y lo
enviaron a investigar. Aquellos que permanecieron a bordo del barco pudieron ver cómo el
bote se internaba entre la blancura. Luego oyeron las voces de los tripulantes del bote (se
oía claramente a través del agua en calma) hablando en tono agudo y sorprendido.
Después hubo una pausa mientras Rynelf sondeaba el fondo desde la proa del bote, y
después, cuando el bote volvió parecía estar lleno de la cosa blanca en su interior. Todos
se amontonaron en las barandas para oír las noticias.
— ¡Nenúfares, su Majestad! —gritó Rynelf, parado en la proa del bote.
— ¿Qué dijiste? —preguntó Caspian.
— Son lirios de agua en flor, su Majestad —dijo Rynelf—, igual que en un
estanque en el jardín de su casa.
—Miren —gritó Lucía, que estaba en la popa del bote, y levantó sus brazos
mojados llenos de pétalos blancos y hojas planas y tiesas.
— ¿Qué profundidad tiene, Rynelf? —preguntó Drinian.
— Eso es lo curioso, Capitán —contestó Rynelf—, aún es profundo. Fácilmente,
unas tres y medias brazas.
—No pueden ser nenúfares verdaderos; no lo que nosotros llamamos nenúfares —
dijo Eustaquio.
Posiblemente no lo eran, pero eran muy semejantes a los lirios de agua. Y cuando,
después de algunas consultas, el Explorador del Amanecer volvió a la corriente y
comenzó a deslizarse hacia el este por el Lago de Lirios o el Mar de Plata (probaron
ambos nombres, pero el que más gustó fue Mar de Plata, y así figura hoy en día en el
mapa de Caspian), la parte más extraña del viaje comenzó. Muy pronto el mar abierto
que dejaban atrás se transformó en una delgada línea azul en el horizonte occidental. La
blancura jaspeada con tenues visos dorados se extendía alrededor del barco, menos a
popa, donde, a su paso, el Explorador del Amanecer apartaba las flores y abría un
sendero de agua que relucía como un oscuro espejo verde. Por su aspecto, este último
mar era muy similar al Artico; y si los ojos de los navegantes no se hubieran ahora
vuelto fuertes como los del águila, difícilmente habrían podido soportar la luz del sol en
toda esa blancura, especialmente al amanecer, cuando el sol era tan inmenso. Y cada
tarde esta misma blancura prolongaba más la luz del día. Parecía que los lirios no
tuvieran fin. Día tras día, de estas millas y leguas de flores se desprendía un olor que a
Lucía le costaba mucho describir: dulce... sí, pero en ningún caso pesado o abrumador;
un aroma fresco, natural, melancólico, que parecía penetrar en el cerebro y hacerte sentir
que eras capaz de subir una montaña corriendo o de luchar con un elefante. Lucía