Page 96 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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nivel del Mar de Plata, que se extendía en todas direcciones, sin ningún tope. Y, por

supuesto, como a menudo ocurre en un lugar absolutamente plano y sin árboles, parecía

que el cielo bajaba a juntarse con el pasto delante de ellos. Pero a medida que avanzaban

tenían la extrañísima sensación de que aquí realmente por fin el cielo bajaba y se juntaba

con la tierra, un muro azul muy brillante, pero sólido y real, y lo más parecido a un

cristal que hayas visto. Pronto ya no tuvieron ninguna duda. Ahora estaba muy cerca.

       Pero entre ellos y el final del cielo vieron algo tan blanco sobre el pasto verde, que

aun sus ojos de águila apenas fueron capaces de mirar. Se acercaron y vieron que se

trataba de un Cordero.
       —Vengan a tomar desayuno —dijo el Cordero con su voz dulce y tímida.

       Entonces los niños vieron una fogata en el pasto, que no habían visto antes, y un

pescado que se estaba asando en ella. Se sentaron y comieron el pescado, con hambre

por primera vez en muchos días. Fue la comida más deliciosa que jamás habían probado.
       —Por favor, Cordero, dime si este es el camino para llegar al país de Aslan —pidió

Lucía.
       —No para ustedes —dijo el Cordero—. Para ustedes, la puerta para llegar al país

de Aslan se encuentra en su propio mundo.
        — ¿Qué? —exclamó Edmundo—. ¿Hay un camino hacia la tierra de Aslan desde

nuestro mundo también?
       —Hay un camino para llegar a m i país desde todos los mundos —dijo el Cordero.

       Pero a medida que hablaba, su blancura de nieve se encendió en un dorado tostado,

y su tamaño también cambió, y fue el propio Aslan quien se alzó ante ellos,

desparramando luz de su melena.
       — ¡Oh, Aslan! —dijo Lucía—. ¿Nos dirás cómo podemos llegar a tu país desde

nuestro propio mundo?
       — Siempre se los estaré diciendo —respondió Aslan—, pero no les diré cuán largo

o corto será el camino; sino sólo que el camino va a través de un río. Pero no deben

temer, porque yo soy el Gran Constructor del Puente. Y ahora vengan. Voy a abrir la

puerta en el cielo y los enviaré a su propio mundo.
       —Por favor, Aslan —rogó Lucía—. Antes de partir, dinos cuándo podremos volver

de nuevo a Narnia. Y por favor, te suplico que sea pronto.
       —Mi adorada niña —dijo Aslan con mucho cariño—. Tú y tu hermano nunca

volverán a Narnia.
       — ¡Aslan! —dijeron Edmundo y Lucía al mismo tiempo y con voz desesperada. —

   Niños —les dijo Aslan—, ustedes ya son demasiado grandes y ahora deben empezar a

   acercarse a su propio mundo.
       —No se trata de Narnia, eso tú lo sabes —sollozó Lucía—. Se trata de ti. Allá no

te veremos. Y ¿cómo podremos vivir sin verte más?
       —Pero si me van a ver, mi amor —dijo Aslan.
        — ¿Estás..., estás allá también, Señor? —preguntó Edmundo.
       — Sí —repuso Aslan—, pero allá tengo otro nombre. Ustedes deben aprender a

conocerme por ese nombre. Esa fue la verdadera razón para que ustedes vinieran a

Narnia: para que conociéndome un poco aquí, pudieran conocerme mejor allá.
       —Y Eustaquio, ¿tampoco volverá? —preguntó Lucía.
       —Hija —sonrió Aslan—, ¿en realidad necesitas saberlo? Vengan, ya estoy

abriendo la puerta en el cielo.

       Entonces, en un segundo, se rasgó el muro azul (como se desgarra una cortina) y

una luz de una blancura sumamente intensa provino del cielo más allá. Luego sintieron
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