Page 88 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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podido. Parecen muy feroces.
—De cualquier forma... —comenzó Drinian.
Pero en ese momento se oyeron dos ruidos: uno fue un “plaf”, y el otro, una voz
que gritó desde la cofa:
— ¡Hombre al agua!
En seguida todos tuvieron mucho trabajo. Algunos marineros subieron a toda prisa
para amarrar la vela; otros se precipitaron abajo a coger los remos; y Rins, que estaba de
turno en la popa, comenzó a manejar el timón con gran fuerza, para dar vuelta y regresar
al lugar donde había caído el hombre. Aunque ya todos sabían que no se trataba
precisamente de un hombre, sino de Rípichip.
— ¡Caramba con ese ratón! —dijo Drinian—. Da más problemas que toda la
tripulación junta. Si se presenta cualquier lío, es seguro que él se meterá. Deberían
ponerle grillos, pasarlo por debajo de la quilla, abandonarlo en una isla desierta, cortarle
los bigotes... ¿Alguien alcanza a ver a ese sinvergüenza?
Todo esto no significaba que a Drinian le desagradara Rípichip. Al contrario, le
gustaba mucho y, por lo tanto, estaba muy asustado por él, y el asustarse le ponía de
pésimo humor, tal como cuando cruzas la calle frente a un auto, y tu mamá se enoja
contigo muchísimo más de lo que se enojaría un desconocido. Nadie temía que Rípichip
pudiera ahogarse, ya que era un excelente nadador; lo que preocupaba a los tres, que
sabían lo que ocurría bajo el agua, eran aquellas lanzas largas y crueles en manos de la
Gente de Mar.
Pocos minutos después el Explorador del Amanecer había dado vuelta y todos
pudieron ver esa gota negra en el agua, que era Rípichip. Estaba parloteando con gran
emoción, pero como su boca se llenaba de agua constantemente, nadie podía entender lo
que decía.
—Va a revelar todo si no lo hacemos callar —gritó Drinian.
Y para evitarlo, corrió a la borda, él mismo bajó una cuerda y gritó a los
marineros:
— Está bien, está bien. Vuelvan a sus puestos. Espero que podré remolcar un ratón
sin su ayuda.
Y apenas Rípichip empezó a trepar por la cuerda, con muy poca agilidad debido a
que su pelaje mojado lo hacía más pesado, Drinian se inclinó hacia él y murmuró:
—No digas nada. Ni una sola palabra. Pero cuando el Ratón subió estilando a
cubierta, parecía no tener el más mínimo interés en la Gente de Mar.
— ¡Dulce! —chillaba—. ¡Dulce, dulce!
—¿De qué estás hablando? —le preguntó Drinian, con rabia—. Y tampoco tienes
que sacudirte encima de mí.
— Les digo que el agua es dulce —dijo el Ratón—. Dulce y fresca. No es salada.
Al principio nadie le dio importancia a esto. Pero, en seguida, Rípichip recitó una vez
más la antigua profecía:
³Donde las olas se hacen dulces,
no dudes, Rípichip, allí está el
extremo oriental´.
Y al oírla, todos comprendieron por fin.
—Rynelf, tráeme un balde —dijo Drinian.
Se lo pasaron, lo sumergió y luego lo subió. En el balde, el agua brillaba como si
fuera un espejo.
— Tal vez su Majestad desee probarla primero —dijo Drinian a Caspian.