Page 89 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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El rey tomó el balde en sus manos, lo llevó a sus labios y probó un sorbo; luego
tomó un trago largo y levantó la cabeza. Su cara había cambiado. No sólo sus ojos, sino
todo en él parecía más radiante.
— Sí —dijo—. Es dulce. Esto sí que es agua. No estoy seguro de que no me
matará. Pero sería la clase de muerte que habría escogido, si hubiese sabido antes de su
existencia.
— ¿Qué quieres decir? —preguntó Edmundo.
— Se..., se parece a la luz más que cualquier otra cosa —dijo Casp i an. —Eso es
lo que es —dijo Rípichip—. Luz que se puede beber. Debemos estar muy cerca del
Fin del Mundo ya.
Hubo un momento de silencio y luego Lucía se arrodi lló en la cubierta y bebió
agua del balde.
— Es lo más delicioso que jamás he probado —dijo con una especie de resuello—.
Pero es bien fuerte. Ahora no tendremos necesidad de c o m e r nada más.
Y uno a uno, todos bebieron agua y por largo rato perm anecieron en silencio. Se
sentían demasiado bien y demasiado fuertes para soportarlo; y de pronto empezaron a
notar otro resultado. Como ya he dicho antes, desde que abandonaron la isla de
Ramandú, les había llamado la atención tanta luz, el sol tan grande (aunque no demasiado
caluroso), el mar tan brillante y el aire tan resplandeciente. Ahora la luminosidad no
disminuyó, sino, por el contrario, aumentó, pero ellos podían soportarla. Podían mirar
derecho hacia el sol sin pestañear y podían ver más luz de la que nunca antes habían
visto. Y la cubierta, la vela y sus propias caras y sus cuerpos eran cada vez más luminosos,
y hasta las cuerdas brillaban. A la mañana siguiente, cuando salió el sol, esta vez cinco o
seis veces más grande de lo habitual, todos lo miraron fijamente y pudieron ver cada
pluma de las aves que salían volando de él.
Durante ese día casi no se habló a bordo, hasta que, a la hora de la cena (nadie
quería comer, el agua era suficiente para ellos), Drinian dijo:
—No puedo entenderlo. No hay ni una gota de viento, la vela cuelga sin vida, el
mar está tan parejo como un estanque y, así y todo, nos movemos tan rápido como si
hubiera un ventarrón detrás de nosotros.
— También he estado pensando en eso —dijo Caspian—. Tenemos que haber caído
en una fuerte corriente.
—Hmm —dijo Edmundo—. Eso no es muy agradable, si es cierto que el mundo
tiene un borde y que nos estamos acercando a él.
— ¿Quieres decir —preguntó Caspian— que podríamos..., bueno, ser vaciados al
otro lado?
— Sí, sí —gritó Rípichip, aplaudiendo con sus patas—. Esto es tal como siempre
lo he imaginado: el mundo semejante a una gran mesa redonda y las aguas de todos los
océanos vaciándose sin fin por sus bordes. El barco se ladeará hacia adel ante, asomará la
cabeza por un momento y, durante algunos segundos, podremos ver por encima del
borde..., y entonces, abajo, más allá del fin..., abajo, el torrente, la velocidad...
— ¿Y qué piensas que nos esperará en el fondo, eh? —preguntó Drinian.
—El país de Aslan, quizás —dijo el Ratón con ojos brillantes—, o tal vez no existe
un fondo. Tal vez se hunda por siempre jamás. Pero sea lo que fuere, creo que nada
podría valer más la pena que haber mirado más allá del Fin del Mundo, aunque sólo
fuera por un momento.
—Pero oigan —dijo Eustaquio—. Todo esto es una tontería. El mundo es redondo,
quiero decir redondo como una pelota, no como una mesa.
² N u e s t r o mundo lo es —asintió Edmundo—. Pero ¿lo será éste?
— ¿Quieres decir —preguntó Caspian—, que ustedes tres vienen de un mundo