Page 16 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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marineros remaron hasta la playa de Félima. Una vez que llegaron allí y el bote regresó
al barco, miraron a su alrededor. Se sorprendieron de lo pequeño que se veía el
Explorador del Amanecer desde ese lugar.
Lucía andaba descalza, por supuesto, pues se había sacado los zapatos de un
puntapié mientras nadaba, pero esto no es ningún problema cuando uno va a caminar
sobre un pasto muy suave. Estar de nuevo en tierra y sentir el olor del polvo y la hierba,
era verdaderamente delicioso, a pesar de que en un principio el suelo pareciera
balancearse igual que el barco, como sucede comúnmente al desembarcar después de
haber estado un tiempo en el mar. Aquí estaba mucho más caluroso que a bordo y Lucía
sentía una agradable sensación en sus pies al caminar sobre la arena. Una alondra
cantaba.
Se internaron en la isla y subieron un cerro que, aunque pequeño, era bastante
empinado. Al llegar a la cumbre se dieron vuelta y pudieron ver al Explorador del
Amanecer que resplandecía como un llamativo insecto de gran tamaño y avanzaba
lentamente con sus remos en dirección noroeste. Luego pasaron al otro lado de la loma y
lo perdieron de vista.
Doorn se extendía frente a ellos, separada de Félima por un canal de unos dos
kilómetros de ancho, y tras ella, hacia la izquierda, se encontraba Avra. Fácilmente se
podía ver Cielo Angosto, un pueblito blanco y pequeño situado en Doorn.
— ¡Miren! ¿Qué es eso? —exclamó de pronto Edmundo.
Abajo, en el verde valle hacia el cual se dirigían, había seis o siete hombres
armados y de aspecto rudo, sentados bajo un árbol.
—No les digan quiénes somos —advirtió Caspian.
—¿Por qué no, su Majestad, por favor? —preguntó Rípichip, que había accedido a
viajar en el hombro de Lucía.
— Se me acaba de ocurrir —dijo Caspian— que posiblemente nadie de por aquí ha
oído hablar de Narnia en mucho tiempo, por lo que posiblemente aún no reconozcan
nuestra autoridad. De ser así, creo que no habría mucha seguridad de que supieran que
soy el Rey.
— Tenemos nuestras espadas, su Majestad —dijo Rípichip.
— Sí, Rip, lo sé —dijo Caspian—, pero si se tratara de reconquistar las tres islas,
preferiría volver con un ejército más grande.
En ese momento estaban bastante cerca de los desconocidos, uno de los cuales
(tipo corpulento y de pelo oscuro), gritó:
—Buenos días tengan ustedes.
—Buen día tenga usted —dijo Caspian—. ¿Aún existe un gobernador en las Islas
Desiertas?
— Ciertamente que sí —dijo el hombre—. Es el gobernador Gumpas. Su Suficiencia
está en Cielo Angosto, pero ustedes se quedarán a beber con nosotros.
Caspian agradeció la invitación, a pesar de que ni a él ni a los otros les agradó
mucho el aspecto de sus nuevas amistades, y todos se sentaron. Pero apenas habían
alzado las copas hasta sus labios, cuando vieron que el hombre de pelo oscuro hacía una
señal con la cabeza a sus compañeros y, con la velocidad de un rayo, se encontraron
envueltos por fuertes brazos. Hubo un momento de lucha, pero la ventaja estaba de un
solo lado. Pronto les quitaron las armas y les amarraron las manos a la espalda (menos a
Rípichip, que se retorcía en las manos de su captor, y lo mordía furiosamente).
— Cuidado con esa bestia, Tachuelas —dijo el jefe—. No le hagas daño. Estoy
seguro de que alcanzará el mejor precio del lote.
Rípichip gritaba cada vez más fuerte y exigía que lo soltaran.
— ¡Vaya! —exclamó el vendedor de esclavos (ya que eso era)—. ¡Sabe hablar!