Page 17 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
P. 17

Jamás lo habría creído. Que me parta un rayo si me gano menos de doscientos crecientes
por él.

       (El creciente calormano, que es la moneda principal en aquellos lugares, es más o
menos equivalente a un tercio de libra inglesa).

       — Entonces eso eres —dijo Caspian—. Un secuestrador y un comerciante de
esclavos. Espero que estés orgulloso de serlo.

       —Bien, bien, bien, bien —dijo el traficante de esclavos—, no comencemos con
insolencias. Mientras menos molestes, mejor van a ir las cosas. ¿Entiendes? Yo no hago
esto por diversión, sino para ganarme la vida como todo el mundo.

       —¿A dónde nos llevarás? —preguntó Lucía, sacando la voz a duras penas.
       —A Cielo Angosto —dijo el comerciante de esclavos—, para el mercado de
mañana.
       — ¿Existe allí un cónsul británico? —preguntó Eustaquio.
       — Que si hay un ¿qué? —preguntó el hombre.
       Pero mucho tiempo antes de que Eustaquio se hubiera cansado tratando de explicar,
el traficante de esclavos dijo simplemente:
       —Bueno, ya he tenido suficiente de este parloteo. El Ratón es un regalo para la
       feria, en cambio éste va a hablar hasta por los codos. Vamos, compañeros.

       Luego ataron a los cuatro prisioneros humanos con una misma cuerda, no en forma
cruel pero sí segura, y los hicieron marchar hasta la playa. A Rípichip lo llevaron en
brazos. Había dejado de morder ante la amenaza de que le amarrarían el hocico, pero tenía
muchas cosas que decir. Lucía se asombraba de que un hombre pudiera agu antar que le
dijeran todas las cosas que el Ratón decía al comerci ante de esclavos. Pero éste, lejos de
hacer objeciones, pedía al Ratón que siguiera adel ante y cuando Rípichip se detenía para
tomar aliento, a veces agregaba algo como “es como si fuera un juego”, o “¡caramba, no
se puede menos que pensar que sabe lo que está diciendo!”, o también “¿fue alguno de
ustedes el que lo entrenó?” . Todo esto enfureció a tal punto a Rípichip, que al final casi se
ahogó con el montón de cosas que quiso decir al mismo tiempo, y se quedó callado.

       Cuando llegaron abajo a la playa que miraba hacia Doorn, divisaron un pueblito y
una gran lancha en la orilla; poco más allá había un barco sucio y destartalado.

       —Bueno, jovencitos —dijo el traficante—, no hagan líos y no tendrán que
lamentarse. Todos a bordo.

       En ese momento, de una de las casas (una posada, me parece) sa lió un hombre de
barba y aspecto imponente, que dijo:

       —Bien, Pug, ¿traes más de tu mercadería de costumbre?
       El traficante, cuyo nombre parecía ser P ug, se inclinó profundamente y dijo con
voz lisonjera:
       — Sí, para satisfacer a su Señoría.
       —¿Cuánto pides por ese muchacho? —preguntó el otro señalando a Ca sp i an.
       — ¡Ah! Yo sabía que su Señoría elegiría lo mejor. Su Señoría no se deja engañar
con algo de segunda clase. Ahora bien, me he encaprichado un poco con ese muchacho, y
le tengo cariño. Soy de corazón tan tierno que jamás me debería haber dedicado a un
trabajo como éste. Sin embargo, a un cliente como su Señoría...
       —Dime el precio, pedazo de carroña —dijo el Lord en tono severo—. ¿Crees que
quiero oír toda la sarta de disparates de tu sucio comercio?
       — Trescientos crecientes para usted, su honorable Señoría, aunque par a cualquier
otro...
       — Te daré ciento cincuenta.
       — ¡Por favor, se lo suplico! —interrumpió Lucía—. Haga lo que quiera..., pero no
nos separe. Usted no sabe...
       Pero en ese momento se calló, pues comprendió que Casp i an no quería que ni
   12   13   14   15   16   17   18   19   20   21   22