Page 13 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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retorciéndose las manos y gritando:
       — ¡Esa pequeña bestia por poco me mata! Insisto en que se le ponga bajo control.

Yo podría entablar un juicio en su contra, Casp i an, y ordenarle que lo maten.
       En ese mismo momento apareció Rípichip. Llevaba la espada desenvainada y sus

bigotes tenían un aspecto feroz; pero guardaba su misma cortesía de siempre.
       —Pido perdón a todos ustedes —dijo—, especialmente a sus Majestades. Si

hubiese sabido que él se refugiaría aquí, habría esperado un momento más opo rtuno para
darle una lección.

        — ¿Qué diablos pasa? —preguntó Edmundo.

       Lo que ocurrió en realidad fue lo siguiente. Rípichip siempre consideraba que el

barco no avanzaba tan rápido como él quería. Lo que más le gustaba era sentarse en la

borda, muy adelante, justo al lado de la cabeza del dragón, y cont emplar el horizonte

cantando suavemente, con su gorjeo especial, la canción que la Dríada compuso para él.

Nunca se apoyaba en ninguna parte y, a pesar de que el barco cabeceaba continuamente,

siempre conservaba el equilibrio con mucha naturalidad. Tal vez el tener la cola colgando

hacia cubierta, por dentro de la borda, hacía esto más fácil. Todo el mundo a bordo
estaba familiarizado con esta costumbre y a los marineros les encantaba, porque así,
cuando tenían turno de vigilancia, contaban con alguien con quien conversar. Jamás he

podido saber cuál fue la verdadera razón por la que Eustaquio resbaló, se tambaleó y se

fue de un solo tropezón hasta el castillo de proa (todavía no se habituaba a andar a bordo
de un barco). Tal vez esperaba ver tierra, o ir a rondar a la cocina y escamotear algo de
comer. De todas formas, apenas divisó la larga cola que colgaba, lo que quizás parecía

bastante tentador, pensó que sería delicioso agarrarla y tirarla para hacer que Rípichip

diera un par de vueltas en al aire, y luego salir corriendo y reírse. Al principio el plan

pareció funcionar a las mil maravillas. El Ratón no pesaba mucho más que un gato

grande y Eustaquio lo sacó de la baranda en un abrir y cerrar de ojos. Se veía muy

ridículo (pensó Eustaquio) con sus patitas desparramadas y la boca abierta. Pero para
desgracia de Eustaquio, Rípichip había tenido que luchar muchas veces para salvar su
vida y no perdió la cabeza ni un solo instante, ni tampoco su destreza. No debe ser muy

fácil desenvainar la espada cuando uno está girando por los aires sujeto de la cola, pero él
lo hizo; entonces Eustaquio sintió dos dolorosos pinchazos en las manos, que lo hicieron
soltar la cola. Un segundo más tarde, Rípichip se incorporó y saltó como si fuera una
pelota dando botes por cubierta. Y allí estaba, enfrentándolo, y Eustaquio vio una cosa

horrible, larga, brillante y afilada, semejante a un punzón, que ondeaba de un lado para
otro a sólo unos milímetros de su estómago. (No cuenta como golpe bajo el cinturón, ya
que para los ratones en Narnia es muy difícil alcanzar más arriba).

       — ¡Detente! —balbuceó Eustaquio—. ¡Andate! Guarda eso. Es peligroso... ¡Te dije

que no sigas!... ¡Se lo diré a Casp i an!. . . Haré que te pongan un bozal y que te

amarren.

        — ¿Por qué no desenvainas tu propia espada, cobarde? —chilló el Ratón—.

Desenvaina y pelea o te dejaré lleno de cardenales con el filo de m i espada.
       —Jamás he tenido una espada —dijo Eustaquio—. Yo soy un pacifista y no creo en

la lucha.
        — ¿Debo entender con esto —dijo Rípichip, apartando su espada por un momento

y hablando en un tono muy sombrío— que no me vas a dar una satisfacción?
       —No entiendo lo que me quieres decir —dijo Eustaquio, mientras se sobaba la

mano—, pero si no eres capaz de aceptar una broma no es a sunto mío.
       — Entonces toma esto —dijo Rípichip—, y esto, para que aprendas modales,... y el

   respeto que se debe a un caballero... y a un Ratón... y a la cola de un Ratón. Y a cada
   palabra le daba a Eustaquio un golpe con el canto de su delgado espadín,
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