Page 25 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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supuesto, lo que querían era el dinero que habían pagado.
       —Es muy justo, señores —dijo Caspian—. A todo aquel que compró un esclavo

hoy, se le devolverá su dinero. Pug, saca todas tus ganancias, hasta el último mínimo.
(Un mínimo equivale a un cuadragésimo de creciente).

       —¿Es que su Majestad pretende arruinarme? —gimió P ug.
       — Toda tu vida has vivido del sufrimiento ajeno —dijo Caspian—, y si quedas en la
ruina, es preferible ser mendigo que esclavo. Pero ¿dónde está mi otro amigo?
       — ¿El? —dijo P ug—. Por favor, lléveselo, se lo agradeceré. Feliz de deshacerme

de él. Jamás había visto algo más difícil de vender en el mercado, en todos los días de mi

vida. Al final lo ofrecí en cinco crecientes y, así y todo, nadie lo compró. Lo tiré gratis
junto a otros lotes, y nadie lo quiso tampoco, ni siquiera lo miraron. Tachuelas,
muéstranos a Enfurruñado.

       De ese modo presentaron a Eustaquio y por cierto que parecía estar de mal humor,
ya que, aunque a nadie le gustaría que lo vendieran como esclavo, debe ser aún más

mortificante ser una especie de esclavo de repuesto al que nadie quiere comprar. Subió
hasta donde se encontraba Caspian y dijo:

       —Ya veo. Como siempre. Divirtiéndote en algún lugar, mientras el resto de
nosotros estábamos prisioneros. Supongo que no has averiguado nada del cónsul
británico. Por supuesto que no.

       Aquella noche hubo una gran fiesta en el castillo de Cielo Angosto.
       — ¡Ojalá mañana empiecen nuestras verdaderas aventuras! —dijo Rípichip al irse a
la cama, después de hacer sus reverencias a todos.
       Pero en realidad no podría ser mañana, ni nada parecido. Por ahora se aprestaban
para dejar atrás todos los mares y tierras conocidos, y tenían que hacer grandes
preparativos. El Explorador del Amanecer quedó vacío y ocho caballos lo arrastraron a
tierra sobre grandes olas. Los más expertos carpinteros de barcos lo revisaron entero
hasta el último rincón. Luego lo echaron nuevamente al mar y lo aprovisionaron con
todos los víveres y el agua que podía contener, es decir, para veintiocho días. Aun así,
como Edmundo lo hizo ver con desilusión, esto les permitiría navegar sólo quince días
en dirección este antes de tener que abandonar su búsqueda.
       Mientras se hacían estos preparativos, Caspian no perdió la oportunidad de
interrogar a todos los capitanes navales de más edad que pudo encontrar en Cielo
Angosto, para averiguar si sabían algo o habían oído algún rumor sobre la existencia de
tierras hacia el este.
       Sirvió muchas jarras con cerveza del castillo, a hombres de caras curtidas, de
cortas barbas grises y claros ojos azules y, a cambio de esto, escuchó muchos cuentos
increíbles. Pero los que parecían ser más veraces no sabían de tierras más allá de las
Islas Desiertas, y muchos pensaban que si navegabas alejándote hacia el este, entrarías
en los profundos oleajes de un mar sin tierras, que se arremolinan eternamente alrededor
del borde del mundo.
       —Y pienso que es allá donde se fueron a pique los amigos de su Majestad.
       El resto sólo contaba extrañas historias sobre islas habitadas por hombres sin
cabeza, islas flotantes, trombas marinas, y fuego que quema de un extremo a otro de las
aguas. Sólo uno de ellos, para felicidad de Rípichip, dijo:
       —Y tras todo aquello está el país de Aslan. Pero eso es más allá del fin del mundo,

y ustedes no pueden llegar allá.
       Mas, cuando le interrogaron, solamente pudo decir que se lo había escuchado a su

padre.
       Lo único que Bern podía decir era que había visto a sus seis compañeros navegar

hacia el este, y que nunca más había vuelto a saber de ellos. Dijo esto cuando estaba con
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