Page 27 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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V LO QUE LA TORMENTA TRAJO CONSIGO
Cerca de tres días después de su arribo, el Explorador del Amanecer fue remolcado fuera
del puerto de Cielo Angosto. La despedida fue muy solemne, y una gr an multitud se
reunió para verlos partir. Hubo aplausos y también lágrimas cuando C as p i an pronunció
su último discurso a los habitantes de las Islas Desiertas y se despidió del Duque y su
familia. Pero cuando el barco se alejaba de la orilla, con su vela púrpura aún crujiendo
perezosamente, y el sonido de la trompeta de C asp i an en la popa se hizo más débil a
través del agua, todo el mundo quedó silencioso. Pronto apareció el viento. La vela se
hinchó, el remolcador soltó el barco y regresó remando. La primera ola grande creció
rápido bajo la proa del Explorador del Amanecer, y el barco volvió a tener vida. Los
hombres que no estaban en servicio bajaron, Drinian tomó la primera guardia en la popa
y la nave puso proa en dirección este, gir ando al sur de Avra.
Los días que siguieron fueron deliciosos. Lucía pensaba que era la niña más
afortunada del mundo, pues al despertar cada mañana veía los reflejos del agua iluminada
por el sol bailando en el techo de su camarote, y a su alrededor veía todas esas preciosas
cosas nuevas que traía de las Islas Desiertas (botas marineras, botines, capas,
chaquetillas y bufandas). Y luego iría a cubierta, a mirar un mar de un azul más brillante
cada mañana y beber un aire día a día más cálido. Después venía el desayuno y un hambre
que sólo se siente en el mar.
Lucía pasaba largas horas sentada en el banquito de popa jugando ajedrez con
Rípichip. Era divertido verlo levantar, con sus dos patas, esas piezas demasiado grandes
para él, y pararse en la punta de los pies si tenía que hacer una movida en el centro del
tablero. Era un buen jugador y, cuando se acordaba de lo que estaba haciendo,
generalmente ganaba. Pero de vez en cuando Lucía era la vencedora, porque a veces el
Ratón hacía cosas tan ridículas como poner en peligro un caballo entre una torre y una
reina juntas. Esto ocurría cuando él momentáneamente se olvidaba de que se trataba de
un juego de ajedrez y estaba pensando en una batalla real y hacía que el caballo se
moviera como él lo hubiera hecho en su lugar. Rípichip tenía su mente llena de aventuras
imposibles, leyendas de gloria o de muerte y actitudes heroicas.
Pero momentos tan agradables no podían durar eternamente. Una tarde en que
Lucía miraba distraídamente hacia popa la estela que el barco dejaba tras de sí, vio de
pronto una gran masa de nubes que se formaba al oeste con asombrosa rapidez. De
pronto se hizo un hueco entre las nubes por donde se desparramó una dorada puesta de
sol. Detrás del barco las olas parecieron tomar extrañas formas, y el mar, un color pardo o
amarillento, como el de las velas sucias. El aire se puso frío. El barco parecía moverse
inquieto, como si presintiera el peligro a sus espaldas. La vela podía estar plana y lacia, y
al momento siguiente desplegarse con violencia. Mientras Lucía observaba estas cosas,
extrañada por un siniestro cambio que se percib ía en el ruido del viento, Drinian gritó:
—¡Todos a cubierta!
Y en un minuto todo el mundo trabajaba frenéticamente. Aseguraron las escotillas,
apagaron el fuego de la cocina y algunos hombres subieron a recoger la vela. Antes de que
pudieran terminar, los azotó la tormenta. Lucía pensó que un gran valle se abría en el mar,
justo frente a proa y que se metían en él mucho más a fondo de lo que podría haberse
imaginado. Una inmensa montaña de agua gris, mucho más alta que el mástil, se
precipitaba contra ellos; la muerte parecía segura, pero la corriente los levantó hasta la
cresta de la gran ola. Luego pareció que el barco daba vueltas en redondo y una