Page 49 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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muerto en una pelea.
— ¿Por qué no? —preguntó Caspian.
—No hay huesos —repuso Edmundo—. Un enemigo se queda con la armadura y
abandona el cuerpo. ¿Quién ha oído hablar de un tipo que al ganar una lucha se lleve el
cadáver y deje la armadura?
— Tal vez lo mató un animal salvaje —dijo Lucía.
— Tendría que haber sido un animal muy hábil —dijo Edmundo—, como para
sacarle la armadura.
— Tal vez un dragón —sugirió Caspian.
— Imposible —dijo Eustaquio—, un dragón sería incapaz de hacerlo. Yo lo sé muy
bien.
—Bueno, como sea, propongo que nos vayamos de aquí dijo Lucía.
No tenía ganas de sentarse nuevamente desde que Edmundo tocó el tema de los
huesos.
— Como quieras—dijo Caspian, levantándose—. No creo que valga la pena llevar
ninguna de estas leseras.
Entonces bajaron y bordearon el lago hacia la pequeña brecha de donde salía el río,
y se detuvieron a mirar el agua profunda rodeada por los riscos. No hay duda de que si
hubiera hecho calor más de alguno habría intentado darse un baño y todos habrían
tomado agua. De hecho, igual Eustaquio estaba a punto de agacharse y tomar agua en sus
manos, cuando Rípichip y Lucía gritaron al mismo tiempo:
— ¡Miren!
Eustaquio se olvidó de lo que iba a hacer y miró dentro del agua. El fondo del lago
estaba cubierto de piedras azul grisáceas, el agua era absolutamente tr ansparente y en el
fondo yacía una figura de hombre, de tamaño natural, aparentemente hecha de oro; estaba
tendido boca abajo, con los brazos estirados encima de la cabeza. Y ocurrió que mientras
estaban mirándolo, las nubes se separaron dando paso a un rayo de sol, que iluminó de
pies a cabeza la figura dorada. Lucía pensó que era la estatua más hermosa que había
visto en su vida.
— ¡Caracoles! —silbó Caspian—. Esto sí que era digno de verse. ¿Creen que
podremos sacarla?
—Podemos bucear, señor —dijo Rípichip.
— Sería inútil —dijo Edmundo—, por lo menos si realmente es de oro, oro macizo,
porque sería demasiado pesada para subirla. Y si estamos en una isla, este lago debe tener
entre doce y quince metros de profundidad. Pero... esperen un poco. Qué bueno que traje
una lanza de caza; con ella podremos ver cuál es la profundidad. Caspian, sujétame la
mano mientras me agacho un poco sobre el agua.
Caspian le tomó la mano y Edmundo, inclinándose hacia adelante, comenzó a meter
la lanza en el agua, pero antes de haberla sumergido hasta la mitad, Lucía dijo:
—No creo que la estatua sea de oro. Es sólo la luz. Tu lanza se ve exactamente del
mismo color.
— ¿Qué pasa? —preguntaron varias voces al unísono. Porque, de pronto,
Edmundo había soltado la lanza.
—No podía sostenerla —resolló Edmundo—. Se puso tan pesada...
—Y ahora está allá, en el fondo —dijo Caspian—, y Lucía tiene razón. Se ve
exactamente del mismo color de la estatua.
Pero Edmundo, que parecía tener algún problema con sus botas (al menos estaba
inclinado hacia abajo, mirándolas), se enderezó súbitamente y gritó con ese tono áspero
que difícilmente se puede desobedecer:
— ¡Atrás! ¡Aléjense del agua, todos ustedes, de inmediato!