Page 45 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
P. 45
VIII DOS ESCAPADAS MILAGROSAS
Todo el mundo estaba feliz cuando el E x p lo ra d o r d e l A m a n e c e r zarpó de la Isla Dragón.
Apenas habían salido de la bahía los cogió un viento favorable, y muy tempr ano a la
mañana siguiente llegaron a la tierra desconocida que algunos de ellos habían visto al
volar sobre las montañas, cuando Eustaquio aún era un dragón. Se trataba de una isla
plana y verde, y que estaba habitada sólo por conejos y algunas cabras. Pero al ver las
ruinas de casuchas de piedra, y lugares ennegrecidos donde se habí an prendido fogatas,
dedujeron que había estado poblada no mucho tiempo atrás. También había algunos
huesos y armas rotas.
— Obra de piratas —dijo C asp i an.
— O tal vez del dragón —dijo Edmundo.
Lo único que encontraron aparte de esto fue un pequeño bote o barquilla de cuero en
la arena. Estaba hecho de piel estirada sobre una armazón de mimbre. Era un bote
diminuto, de escasamente un metro de largo, y el remo que aún estaba tirado dentro era de
tamaño proporcional. Pensaron en que o bien había sido hecho para un niño, o los
habitantes de ese lugar habían sido enanos. Rípichip decidió que se quedaría con él,
porque era perfecto para su medida, así es que lo subieron al barco. A esta isla le dieron el
nombre de Isla Quemada, y zarparon de allí antes de mediodía.
Durante cinco días navegaron con viento sur sureste, sin ver tierra, ni peces, ni
gaviotas. Luego un día hubo una lluvia que duró hasta la tarde. Eustaquio perdió dos
juegos de ajedrez con Rípichip y nuevamente empezó a po rtarse como el antiguo y
desagradable Eustaquio; y Edmundo decía que ojalá se hubier an ido a Estados Unidos
con Susana. En eso Lucía miró hacia afuera por la ventana de popa y dijo:
— ¡Oigan! Creo que está parando. ¿Y qué es eso ?
Al oírla todos subieron corriendo a popa y se encontraron con que la lluvia había
cesado y que Drinian, que estaba de vigía, miraba fijamente una cosa que había atrás.
Más bien miraba muchas cosas. Se parecían un poco a pequeñas rocas redondas y lisas,
toda una hilera de ellas, separadas por trechos de más o menos diez metros.
—No pueden ser rocas —decía Drinian—, porque hace cinco minutos no estaban
ahí.
—Y una acaba de desaparecer —dijo Lucía.
— Sí, y ahora está saliendo otra —agregó Edmundo.
—Y más cerca —dijo Eustaquio.
— ¡Maldición! —exclamó Caspian—. La cosa se está moviendo entera hacia acá.
—Y se mueve muchísimo más rápido de lo que nosotros podemos navegar, señor —
dijo Drinian—. Nos alcanzará en un minuto.
Todos contuvieron la respiración, porque no es nada de agradable verse perseguido
por algo desconocido, sea en tierra o en el mar. Pero lo que resultó ser era mucho peor
de lo que podría haberse imaginado cualquiera. De pronto, sólo a la distancia de un tiro
de cricket, por babor emergió del mar una cabeza horrorosa. Era toda de color verde y
rojizo, con manchas moradas, excepto en los lugares donde había mariscos adheridos, y
tenía una forma parecida a la cabeza de un caballo, aunque sin orejas. Sus ojos eran
inmensos, ojos especiales para ver en las oscuras profundidades del océ ano, y tenía la
boca muy abierta y doble hilera de afilados dientes, semejantes a los de los peces. Surgió
unida a lo que al principio tomaron por un cuello inmenso, pero a medida que emergía
más y más, se dieron cuenta de que no se trataba del cue llo sino de su cuerpo, y que por
fin tenían frente a ellos lo que tanta gente, insensatamente, había