Page 52 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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IX LA ISLA DE LAS VOCES
En este momento el viento, que por tanto tiempo había sido noroeste, comenzó a soplar
desde el oeste mismo y cada mañana, cuando el sol asomaba por el mar, la proa curva
del Explorador del Amanecer parecía alzarse y atravesar el sol por la mitad. Algunos
pensaban qué el sol se veía más grande que en Narnia, pero no todos eran de la misma
opinión. Y navegaron y navegaron con una brisa suave y estable, sin ver peces, ni
gaviotas, ni barcos, ni playas. Los víveres comenzaron a escasear nuevamente y se
preguntaban temerosos si no estarían navegando en un mar que no tenía fin. Pero un día al
amanecer, cuando ya pensaban que sería demasiado arriesgado continuar su viaje hacia
el este, vieron justo al frente, entre ellos y el sol saliente, una tierra baja, tendida allí
como si fuera una nube.
Más o menos a media tarde fondearon en una amplia bahía y desembarcaron. Este
lugar era muy diferente a los que ya habían conocido, pues, una vez que hubieron
cruzado la playa de arena, vieron que todo estaba muy silencioso y vacío, como si se
tratara de una tierra deshabitada; sin embargo, frente a ellos se extendían unos prados
muy parejos, con pasto tan suave y tan corto como suele estarlo en los jardines que
rodean una gran casa inglesa, donde trabajan más de diez jardineros. Los árboles, que
eran muchos, estaban bastante separados unos de otros y no tenían ramas rotas ni había
hojas en el suelo. De vez en cuando se sentía el arrullo de las palomas, pero no se oía
ningún otro ruido.
Al poco rato llegaron a un largo, estrecho y arenoso sendero donde no crecía ni una
sola maleza; tenía una hilera de árboles a cada orilla. Allá lejos, al otro extremo de la
avenida, pudieron distinguir una casa muy grande y gris que, con el sol de la tarde,
mostraba un aspecto sumamente tranquilo.
Casi en el mismo momento en que entraron a este sendero, Lucía sintió que se le
había metido una piedrecita en el zapato. En un lugar desconocido como éste, habría
sido más prudente de su parte pedir a los demás que la esperaran mientras la sacaba,
pero ella no lo hizo. Simplemente se quedó atrás con toda tranquilidad y se sentó para
sacarse el zapato. Pero se le enredó el cordón en un apretado nudo.
Antes de que pudiera desatarlo, los otros ya se habían alejado bastante. Cuando
ella, después de sacar la piedra, se empezó a poner el zapato, ya no los po día oír. Pero
casi al mismo tiempo escuchó otro ruido que no provenía de la dirección en que se
encontraba la casa.
Lo que ella oyó fue descomunal. Sonaba como si docenas de forzudos trabajadores
estuvieran golpeando la tierra, lo más fuerte que podían, con grandes mazos de madera.
Y el ruido se acercaba rápidamente. Lucía estaba sentada con la espalda apoyada en un
árbol y, como éste no era el tipo de árbol al que ella se podía subir, no tenía en realidad
nada que hacer más que quedarse sentada muy quieta, apretarse contra el árbol y esperar
que no la vieran.
Tam, tam, tam... y, lo que fuera, debía estar muy cerca ya, puesto que se sentía
estremecer la tierra. Pero no podía ver nada. Pensó que la cosa, o las cosas, estaban justo
tras ella. Pero después oyó un golpe en el sendero, frente a ella. Supo que el golpe venía
del sendero no sólo por el ruido, sino porque vio que la arena se desparramaba, como si le
hubiesen dado un pesado golpe. Pero Lucía no veía nada que pudiese haber golpeado la
arena. Luego, todos los estruendosos ruidos se aunaron a unos veinte pasos de ella y
cesaron súbitamente. Entonces se oyó la Voz.
Era realmente espantoso, pues seguía sin poder ver a nadie. Todo ese lugar,