Page 53 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
P. 53
parecido a un parque, estaba tan quieto y vacío como cuando recién desembarcaron. Sin
embargo, unos cuantos pasos más allá habló una voz. Y lo que dijo fue lo siguiente:
— Compañeros, esta es nuestra oportunidad.
Al instante todo un coro de voces respondió:
— ¡Oiganlo, óiganlo! Ha dicho que esta es nuestra oportunidad. Bravo, Jefe. Jamás
has dicho algo más cierto.
—Lo que digo —continuó la primera voz—, es que bajemos a la playa entre ellos y
su barco, dejemos que todos vayan por sus armas, y los atrapemos cuando traten de
hacerse a la mar.
— ¡Ea! Eso es —gritaron todas las demás voces—. Nunca hiciste un plan tan
bueno, Jefe. ¡Adelante, Jefe! No podrías haber ideado nada mejor.
—Rápido entonces, compañeros, rápido —dijo la primera voz—. ¡Vámonos!
— Tienes razón otra vez, Jefe —dijeron las otras voces—. No podías dar una orden
mejor. Justo lo que íbamos a decir nosotros. Vámonos.
En el acto comenzó el golpeteo de nuevo, muy fue rte al principio, pero cada vez
más apagado hasta que desapareció completamente cerca del mar.
Lucía sabía que no era el momento de romperse la cabeza pensando en lo que
podían ser esas criaturas invisibles. En cuanto desaparecieron los golpeteos, se puso de pie
y corrió por el sendero detrás de los demás, tan rápido como se lo permitían sus piernas.
A toda costa debía advertirlos.
Mientras ocurría esto, los otros habían llegado a la casa. Era un edificio bajo, de
sólo dos pisos, construido con hermosas y suaves piedras, con numerosas ventanas y
parcialmente cubierto de hiedra. Todo estaba tan silencioso, que Eustaquio dijo:
— Creo que está vacía.
Pero Ca sp i an mostró en silencio la columna de humo que salía por una chimenea.
Encontraron una ancha puerta abierta; la atravesaron y entraron a un patio
pavimentado. Y fue aquí donde tuvieron los indicios de que algo e x t r a ñ o sucedía en esta
isla. En medio del patio había una bomba y bajo la bomba, un cubo. Esto no tenía nada
de raro. Pero el mango de la bomba se movía de arriba abajo, a pesar de que, al parecer,
nadie estaba moviéndolo.
—Hay algo de magia actuando aquí —dijo C a s p i an.
— ¡Maquinaria! —gritó Eustaquio—. Creo que por fin hemos llegado a un país
civilizado.
Fue entonces cuando Lucía, acalorada y sin respiración, irrumpió en el patio detrás
de ellos. En voz baja trató de explicarles lo que había oído por casualidad, y cuando
entendieron, en parte, ni siquiera el más valiente se veía muy contento.
—Enemigos invisibles —murmuró Caspian—, y nos cortan el paso a nuestro
barco. Estamos metidos en un lío muy feo.
—¿No tienes alguna idea de qué clase de criaturas se trata, Lu? —preguntó
Edmundo.
¿Cómo podría saberlo, Ed, si no pude verlas?
— Sus pisadas, ¿parecían de seres humanos?
—No oí ruido de pisadas, sino sólo voces y aque llos aterradores golpes y porrazos,
como de mazos.
—Me pregunto —dijo Rípichip— si acaso se volverán visibles si las atravesamos
con una espada.
—Parece que debemos averiguarlo —dijo Caspian—. Pero primero salgamos de
aquí. Hay uno de ellos junto a la bomba escuchando todo lo que decimos.
Salieron del patio y volvieron al sendero, donde tal vez los árboles los ayudarían a
pasar inadvertidos.