Page 54 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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—En realidad no sacamos nada tratando de escondernos de seres a los que no
podemos ver —dijo Eustaquio—. Puede que estén todos a nuestro alrededor.

       —Entonces, Drinian —dijo Caspian—, ¿qué pasaría si diéramos el bote por

perdido, bajamos a otra parte de la bahía y hacemos señas al Explorador del Amanecer

para que se acerque y podamos subir a bordo?
       —No hay suficiente profundidad para nuestro barco, Señor —dijo Drinian.
       —Podríamos nadar —dijo Lucía.
       — Sus Majestades, por favor —dijo Rípichip—. Les ruego que me escuchen. Es un

disparate tratar de huir de un enemigo invisible arrastrándose y escondiéndose. Si lo que

quieren estas criaturas es darnos la batalla, estén seguros de que lo lograrán, y, pase lo que

pase, prefiero enfrentarlos cara a cara antes de que me atrapen por la cola.
       — En realidad, creo que esta vez Rípichip está en lo cie rto —dijo Edmundo.
       — Claro —dijo Lucía—, si Rins y los otros a bordo del Explorador del Amanecer

nos ven luchando en la playa, serán capaces de hacer algo.
       —Pero no se darán cuenta de que estamos combatiendo si no pueden ver a nuestros

enemigos —dijo Eustaquio desconsolado—. Pensarán que sólo estamos blandiendo

nuestras espadas en el aire, para divertirnos.

       A esto siguió una incómoda pausa.
       —Bien —dijo finalmente Caspian—. Sigamos adelante. Debemos ir a hacerles

frente. Dense la mano; la flecha en la cuerda, Lucía; los demás desenvainen sus espadas,

y... ahora en marcha. A lo mejor querrán parlamentar.

       Era extraño ver el prado y los grandes árboles tan quietos mientras ellos

marchaban de regreso a la playa. Cuando llegaron allá y vieron al barco en el mismo

lugar en que lo dejaron, y ni rastro de gente sobre la suave arena, más de uno dudó de

que lo que había dicho Lucía, no fuera sólo imaginación suya. Pero antes de que llegaran

a la arena, se oyó una voz en el aire:
       No se acerquen más, señores, no se acerquen —dijo—. Antes tenemos que hablar

con ustedes. Somos más de cincuenta y tenemos nuestras armas en la mano.
       Escúchenlo, escúchenlo —se oyó el coro—. Es nuestro Jefe. Pueden confiar en lo

que dice. Les está diciendo la verdad, por supuesto.
       Yo no veo a esos cincuenta guerreros —observó Rípichip.
       Es verdad, es verdad —dijo la Voz Jefe—. Ustedes no nos ven. ¿Saben por qué?

Porque somos invisibles.
       Sigue, Jefe, sigue —dijeron las Otras Voces—. Estás hablando como un libro. Ellos

no podrían pedir una respuesta mejor que ésa.
       — Calla, Rip —dijo Ca sp i an; luego añadió con voz más fuerte—: Ustedes, seres

invisibles, ¿qué quieren de nosotros? ¿Qué hemos hecho para ganarnos su enemistad?
       — Queremos algo que esa niñita puede hacer por nosotros —dijo la Voz Jefe. (Las

otras explicaron que eso era exactamente lo que habrí an querido decir ellas).
       — ¡Niñita! —exclamó Rípichip—. La dama es una reina.
       —Nosotros no sabemos nada de reinas —dijo la Voz Jefe (“nosotros tampoco,

nosotros tampoco”, intervinieron las demás)—, pero queremos algo que ella puede hacer.
       —¿Qué cosa? —preguntó Lucía.
       —Pero si es cualquier cosa que vaya contra el honor o la seguridad de su Majestad

—añadió Rípichip—, se sorprenderán de ver a cuántos somos capaces de matar antes de

morir.

       —Bueno —dijo la Voz Jefe—. Es una larga historia. ¿Qué tal si nos sentamos?

       La proposición fue calurosamente aprobada por las otras voces, pero los narnianos

permanecieron de pie.
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