Page 64 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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Pero el mago sólo tomó vino y comió pan. En él no había nada que infundiera temor, y

pronto ambos estuvieron charlando como viejos amigos.
       — ¿Cuándo funcionará el conjuro? —preguntó Lucía—. Los Zonzos, ¿se harán

visibles de inmediato?
       — ¡Oh, sí! Ellos ya son visibles, pero probablemente estén todos dormidos

todavía; siempre toman un descanso a mediodía.
       —Y ahora que son visibles, ¿harás que dejen de ser feos y que vuelvan a ser como

era n a n tes?
       —Bueno, este es un asunto un tanto delicado —dijo el mago—. Ello s son los

únicos que piensan que antes eran bonitos. Dicen que los afearon, pero yo no diría eso.

Mucha gente pensaría que el cambio fue para mejor.
        — ¿Son muy vanidosos?
       —Lo son, o al menos el Jefe lo es, y les ha enseñado a los demás. Siempre creen

todo lo que les dice.
       —Ya nos dimos cuenta —dijo Lucía.
       — Sí, nos habría ido mejor sin él, en cierta manera. Claro que yo podría

convertirlo en alguna otra cosa, o incluso poner sobre él un hechizo para que no creyeran

ni una palabra de lo que dice, pero no me gustaría hacer eso. Es mejor que lo admiren a

él, antes de que no admiren a nadie.
       — ¿No te admiran a ti? —preguntó Lucía.
       — ¡Oh, no! A mí no —dijo el mago—. Ellos no me admirarían a mí.

       ² ¿Por qué los volviste feos?..., digo, lo que ellos llaman feo.
       —Bueno, ellos no querían hacer lo que se les ordenó. Su trabajo consiste en cuidar

el jardín y producir el alimento, no para mí, como ellos imaginan, sino para ellos mismos.

No harían nada si no los obligara. Y, por supuesto, en un jardín necesitas agua. Cerca de

media milla arriba, en el cerro, hay un hermoso manantial y desde allí fluye un arroyo que

pasa justo por el jardín. Lo único que les pedía era que recogieran agua en el arroyo, en

vez de hacer la cansadora caminata con sus baldes dos o tres veces al día hasta el

manantial, agotándose y derramando la mitad del agua al regresar. Pero ellos no

entendieron y, al final, se negaron categóricamente.
        — ¿Son en realidad tan estúpidos? —preguntó Lucía.

       El mago suspiró:
       —No te podrías imaginar los problemas que he tenido con ellos. Hace algunos

meses decidieron que lavarían los platos y cuchillos antes de comer; decían que así

ahorrarían tiempo después. Otra vez los sorprendí plantando papas cocidas, para no tener

que cocinarlas cuando las cosecharan. Un día, el gato se metió en la lechería, y veinte de

ellos se dedicaron a sacar fuera toda la leche; ninguno pensó en sacar al gato. Bueno, veo

que terminaste. Vamos a mirar a los Zonzos ahora que se pueden ver.

       Entraron a otra habitación que estaba llena de instrumentos muy pulidos y que era

difícil entender para qué servían, tales como astrolabios, planetarios antiguos,

cronoscopios, poesímetros, coriambos y teodolitos... Al llegar a la ventana, el mago dijo:
       —Allá están tus Zonzos.
       —No veo a nadie —dijo Lucía—. Pero ¿qué son esas cosas que parecen hongos?

       Las cosas que ella mostraba estaban esparcidas por todo el pasto y, ciertamente,

eran muy similares a los hongos, pero mucho más grandes; el tallo medía como un metro

de altura, y el paraguas, más o menos lo mismo de un lado a otro. Al observarlos más

detenidamente, Lucía se dio cuenta también de que el tallo estaba unido al paraguas no en

la mitad, sino a un lado, lo que les daba un aspecto de desequilibrio. Y había algo,
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