Page 62 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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las primeras palabras eran las siguientes:
“Un conjuro para hacer visibles las cosas escondidas”.
Lucía leyó todo para estar segura de todas las palabras difíciles y, luego, lo dijo en
voz alta. De inmediato vio que había dado resultado, pues a medida que hablaba
comenzaron a colorearse las letras mayúsculas del encabezamiento de la página, y
empezaron a aparecer los dibujos en los márgenes. Era como cuando uno sostiene junto al
fuego algo que está escrito con tinta invisible y la escritura comienza a aparecer en
forma gradual; sólo que en este caso, en vez del sucio color del jugo de limón (que es la
tinta invisible más fácil), los colores eran dorado, azul y rojo. Eran dibujos extraños con
personajes que a Lucía no le gustaban mucho.
Entonces pensó:
“Supongo que habré hecho todo visible, y no sólo a los golpeadores. Debe haber
montones de otras cosas invisibles vagando en un lugar como éste. No estoy segura de si
me gustaría verlas todas”.
En ese momento oyó pisadas silenciosas y pesadas que se acercaban por el corredor
tras ella y, por supuesto, se acordó de lo que le habí an dicho acerca del mago, que
caminaba con los pies descalzos, sin hacer más ruido que un gato. Siempre es mejor darse
vuelta que sentir algo que se acerca con sigilo a nuestras espaldas. Así lo hizo Lucía.
Luego su cara se iluminó por un momento (por supuesto que e lla no lo sabía)
haciéndola verse casi tan hermosa como la Lucía del dibujo, y corrió hacia delante dando
un grito de gozo y con los brazos estirados, pues quien estaba en la pue rta era Aslan en
persona, el León, el más grande de todos los grandes reyes. Se veía fuerte y real y
amistoso, y permitió que Lucía lo besara y se refugiara en su melena resplandeciente. Y
Lucía hasta se atrevió a pensar que el ruido bajo, semej ante a un terremoto que sentía
dentro del León, era un ronroneo.
¡Oh, Aslan! —le dijo—. Fuiste muy bueno al venir aquí.
He estado aquí todo el tiempo —dijo él—, pero me acabas de hacer visible.
— ¡Aslan! —le dijo Lucía casi como un reproche—. No te rías de mí. Como si
cualquier cosa que yo pudiera hacer te volviera visible a ti.
Así fue —dijo Aslan—. ¿Crees que no iba a obedecer mis propias reglas?
Después de una breve pausa, el León habló nuevamente.
—Niña —le dijo—. Pienso que has sido indiscreta.
— ¿Indiscreta?
— Escuchaste lo que dos de tus compañeras de colegio hablab an de ti.
— ¡Ah, eso! Yo nunca pensé que eso era escuchar a escondidas, Asl an. ¿No era
magia?
—Espiar a las personas con magia, es exactamente igual que espiarlas de cualquier
otra manera. Y tú juzgaste mal a tu amiga. Ella es débil pero te quiere. Le tuvo miedo a la
muchacha mayor, y dijo algo que no sentía.
— Creo que jamás podré olvidar lo que la oí decir.
—No, no lo olvidarás.
— ¡Ay, Dios mío! —exclamó Lucía—. ¿Lo eché todo a perder? ¿Quieres decir que
de no haber sido por esto, habríamos seguido siendo amigas, realmente buenas amigas,
durante toda la vida quizás, y que ahora jamás lo ser emos?
—Hija —dijo Aslan—, ¿no te expliqué una vez que a nadie se le dice jamás lo que
podría haber pasado?
— Sí, Aslan, sí, me lo dijiste —respondió Lucía—. Perdóname. Pero, por favor...
— Continúa, mi querida niña.
— ¿Podré alguna vez volver a leer esa historia, aquella que no puedo recordar?
¿Me la contarás, Aslan? ¡Oh, cuéntamela, por favor, cuéntamela, cuéntamela!
—Por supuesto que sí, te la voy a contar por años y años. Pero ahora ven. Debemos
saludar al dueño de esta casa.