Page 61 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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escritura, donde estaba muy segura de que antes no había ningún dibujo, vio una enorme
cara de león, del León, del propio Aslan, que la miraba fijamente. Estaba pintado de un
dorado tan intenso, que parecía como si fuera a salir de la página hacia ella; y a decir
verdad, más tarde no estuvo muy segura de que no se hubiera movido un poco. De
cualquier forma, ella conocía muy bien esa expresión de su rostro. Gruñía mostrando
todos sus dientes. Lucía se asustó terriblemente y, de inmedia to, dio vuelta a la página.

       Poco después llegó a un conjuro que permitía saber lo que los amigos pensaban de
uno. Lucía, que había querido de todo corazón ensayar el otro conjuro, el que la haría ser
la más hermosa de los mortales, decidió que diría este conjuro para suplir el no haber
dicho el otro. Y muy apurada, por miedo a cambiar de opinión, dijo las palabras. (Nada
me convencerá a decirles cuáles eran esas palabras). Luego esperó a ver qué ocurría.

       Como no pasaba nada, empezó a mirar los dibujos. De pronto vio lo último que
habría esperado; en el dibujo había un carro de tren de tercera clase y, adentro, dos
colegialas sentadas. Lucía las reconoció de inmediato. Eran Margarita Preston y Ana
Featherstone. Y ahora era más real que un simple dibujo, tenía vida. Podía ver que por la
ventana se divisaban los postes del telégrafo pasando como flechas. Podía ver a las dos
niñas riendo y conversando y, luego, poco a poco (como cuando se sintoniza la radio),
escuchó lo que hablaban.

       —¿Podré verte un poco más este trimestre? —decía Ana—, ¿o vas a seguir estando
tan agarrada por Lucía Pevensie?

       —No entiendo qué quieres decir con eso de agarrada —dijo Margarita.
       — Claro que lo entiendes —dijo Ana—. El trimestre pasado te morías por ella. —
       No pienso —respondió Margarita—. No soy tan tonta. Lucía no es una niña
mala, a su manera, pero empecé a cansarme de ella antes de que terminara el trimestre.
       — ¡Muy bien, entonces no te volverá a pasar nunca más! —gritó Lucía—.
¡Pequeña bestia hipócrita!
       Pero el sonido de su propia voz, de inmediato, le recordó que estaba hablando con
un dibujo y que la verdadera Margarita estaba muy lejos, en otro mundo.
       “Bien —se dijo Lucía—. Yo pensaba mucho mejor de ella; hice montones de cosas
por ayudarla en el último trimestre, y fui su amiga cuando pocas se le acercaban. Y ella
lo sabe muy bien. ¡Y decírselo a Ana Featherstone, precisamente! Me pregunto si todas
mis amigas serán iguales. Aquí hay muchos cuadros más. No. No miraré ni uno más. ¡No
miraré! ¡No miraré!”
       Con gran esfuerzo volvió la página, pero antes un lagrimón de rabia salpicó la
hoja.
       En la próxima página encontró un conjuro “para fortalecer el espíritu”. Aquí había
menos ilustraciones, pero eran muy bonitas. Y lo que leyó parecía más bien un cuento
que un hechizo. Eran tres páginas y, antes de terminar la primera, se había olvidado de
que estaba leyendo. Estaba viviendo la historia como si fuera real y todos los dibujos
eran reales también. Al llegar a la tercera página, y después de leer el final, se dijo:
       “Es la historia más linda que he leído en toda mi vida y que leeré jamás. Me
encantaría seguir leyéndola diez años más. Por lo menos, la voy a leer de nuevo”.
       Pero aquí entró en juego parte de la magia del Libro. No se podía volver atrás. Las
páginas siguientes, las de la derecha, podían ser dadas vuelta, pero las de la izquierda,

no.

       — ¡Qué pena! —dijo Lucía—. Tenía tantas ganas de volverla a leer. Bueno, por lo
menos la podré recordar. A ver... se trataba de... de... ¡Dios mío! Todo se está
desvaneciendo otra vez. Hasta esta última página está qued ando en blanco. Este es un
libro bien misterioso. ¿Cómo pude haber olvidado? Se trataba de una copa... y una
espada y... un árbol... y un cerro verde, eso lo sé, pero no puedo recordar, ¿qué voy a
hacer?

       Nunca lo pudo recordar y, desde ese día, para Lucía una buena historia es alguna
que le recuerda la historia olvidada del Libro del Mago.

       Dio vuelta la hoja y, para su sorpresa, encontró una página sin ningún dibujo; pero
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