Page 65 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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una especie de pequeño bulto apoyado en el pasto al pie de cada tallo . Pero mientras más

fijo los miraba, encontraba que tenían menos apariencia de hongos. La parte del paraguas

en realidad no era redonda como creyera en un principio. Era más larga que ancha, y se

ensanchaba más en un extremo. Eran muy numerosos, había cincuenta o más.

       El reloj dio las tres.

       En ese momento ocurrió algo extraordinario. De pronto todos los hongos se

pusieron boca arriba. Los pequeños bultos que estaban a los pies de los tallos eran

cabezas y cuerpos. Los tallos eran piernas, pero cada cuerpo no tenía dos piernas, sino

sólo una pierna gruesa, justo debajo (no a un lado como si fuera un hombre con una sola

pierna), y al final de ésta, un gran pie, un pie de dedos anchos que se curvaban un poco

hacia arriba, de modo que semejaban pequeñas canoas. Lucía comprendió de inmediato

por qué le parecieron hongos. Habían estado tendidos de espalda, cada uno con su única

pierna estirada muy derecha, en el aire, y su enorme pie extendido. Más tarde, supo que

esa era la forma en que acostumbraban descansar, porque el pie los protegía tanto del sol

como de la lluvia, y que para un monópodo recostarse bajo su propio pie es como estar

en una tienda.
       — ¡Oh! Son lo más divertido que he visto —gritó Lucía, rompiendo en

carcajadas—. ¿Tú los hiciste así?
       — Sí, sí. Yo convertí a los Zonzos en monópodos —dijo el mago, riéndose

también, mientras le corrían las lágrimas por las mejillas—. Pero míralos —añadió.

       En realidad era digno de verse. Como es lógico, estos hombrecitos de una sola

pierna no podían caminar ni correr como nosotros. Se desplazaban a saltos, igual que si

hubieran sido pulgas o sapos. ¡Y qué saltos daban!... Como si cada uno de esos enormes

pies fuera un manojo de resortes. ¡Y qué rebotes daban al caer! Esto era lo que producía el

ruido de golpes que tanto había confundido a Lucía el día anterior. En este momento

saltaban por todas partes, gritándose unos a otros.
       — ¡Oigan, amigos, somos visibles de nuevo!
       — Somos visibles —dijo uno que usaba una gorra con borlas rojas y que, sin lugar

a dudas, era el Jefe de los monópodos—. Y me parece que somos visibles, porque nos

podemos ver unos a otros.
       —Eso es, Jefe, eso es —gritaron los demás—. Ese es el punto. Nadie tiene una

mente más clara que la tuya. No lo podías haber dicho más claro.
       —Pilló al viejo desprevenido, esa niñita —dijo el Jefe monópodo—. Esta vez lo

hemos vencido.
       — Es justo lo que íbamos a decir nosotros —cantó el coro—. Hoy estás más fuerte

que nunca, Jefe. ¡Sigue, sigue!
       —¿Ellos se atreven a hablar así de ti? —preguntó Lucía—. Ayer parecían temerte

tanto. ¿No saben que podrías estar escuchándolos?
       —Esa es una de las cosas divertidas de los Zonzos respondió el mago—. A veces

hablan de mí como si yo lo organizara todo y oyera todo, y como si fuese sumamente

peligroso, y al minuto siguiente piensan que me pueden engañar con trucos que hasta un

niño puede descubrir. ¡Son increíbles!
       — ¿Tienen que volver a su verdadera apariencia? preguntó Lucía—. Ojalá no sea

una crueldad dejarlos como están. ¿Crees que a ellos les importaría mucho? Se ven tan

contentos. ¡Mira, mira ese salto! Pero dime, ¿cómo eran antes?
       — Simples enanitos —dijo el mago—, aunque no tan simpáticos como los que hay

en Narnia.
       — Sería una lástima volver a transformarlos —dijo Lucía—, son tan graciosos y

muy simpáticos. ¿Piensas que vale la pena que se los diga?
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