Page 60 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
P. 60

Se acercó a la mesa y apoyó su mano en el Libro; al hacerlo sintió un hormigueo en
sus dedos, como si estuviera lleno de electricidad. Trató de abrirlo, pero al principio no
pudo; sin embargo, esto fue porque estaba sujeto por dos cierres de plomo, y una vez que
los soltó, el libro se abrió fácilmente. Y ¡qué libro!

       Estaba escrito, no impreso. Escrito en una caligrafía clara y pareja, con letra grande,
de trazos gruesos hacia abajo y delgados hacia arriba, más fácil de leer que los impresos, y
tan hermosa, que Lucía se quedó contemplándola durante unos segundos, y se olvidó de
leer. El papel era liso y suave, y despedía un agradable aroma; y había dibujos en los
márgenes y alrededor de las grandes y coloridas mayúsculas al principio de cada conjuro.

       No tenía títulos ni subtítulos; los conjuros comenzaban de inmediato. Al principio,
Lucía no encontró nada importante en ellos. Eran remedios para las verrugas (lavándose
las manos a la luz de la luna, en una palangana de plata), para los dolores de muela y
calambres, y también había uno para sacar enjambres de abejas. El cuadro del hombre con
dolor de muelas era tan real, que si lo mirabas mucho rato podía hacerte doler tus propias
muelas; y las abejas doradas, que salpicadas por todos lados en el cuarto conjuro, parecía
como si realmente estuvieran volando.

       A Lucía le costó mucho salir de esa primera página, mas cuando le dio vuelta se
encontró con que la segunda era igualmente interesante.

       “Pero tengo que seguir adelante”, se dijo.
       Y avanzó cerca de treinta páginas. De haber podido recordarlas, le habrían enseñado
cómo encontrar tesoros enterrados, cómo recordar cosas olvidadas, cómo olvidar las cosas
que quieres olvidar, cómo saber si los demás dicen la verdad, cómo llamar (o prevenir) la
lluvia, el viento, la niebla, la nieve y el aguanieve; cómo producir sueños encantados y
cómo dar a un hombre una cabeza de burro (como hicieron con el pobre Botto m). Y
mientras más leía, más maravillosos y reales eran los dibujos.

       Luego llegó a una página con tal despliegue de ilustraciones que casi no se
distinguía la escritura. Apenas se podía leer, pero Lucía sí reparó en las primeras
palabras. Estas eran: “Un hechizo infalible para hacer de quien lo pronuncie el ser más
hermoso de entre los mortales”. Lucía acercó su cara a la página y fijó la vista en los
dibujos, y aunque al principio parecían estar amontonados y enredados, ahora podía
distinguirlos más claramente.

       La primera ilustración mostraba a una niña parada frente a un escritorio le yendo un
libro inmenso; estaba vestida exactamente igual a ella. En la siguiente, Lucía (porque la
niña del dibujo era la misma Lucía) estaba de pie con la boca abierta y una expresión
bastante terrible en la cara, cantando o recitando algo. En la tercera lámina ya tenía la
belleza más allá de todo lo mortal. Era extraño, considerando lo pequeños que se veían
los dibujos al principio, que ahora la Lucía del cuadro pareciera ser casi del mismo
tamaño que la Lucía real; ambas se miraron a los ojos y la verdadera Lucía apartó su
mirada a los pocos segundos, deslumbrada con la belleza de la otra Lucía, aunque aún
podía ver alguna semejanza con sus propios rasgos en esa hermosa cara. De pronto las
ilustraciones comenzaron a agolparse rápidamente una tras otra. Se vio sentada en un
trono, en las alturas, en un gran torneo en Calormania, y todos los reyes del mundo
peleaban por su belleza. Después de esto, los torneos se transformaron en guerras de
verdad, y tanto Narnia como Arquenlandia, Telmaria, Calormania, Galma y Terebintia
fueron devastados por la furia de los reyes, duques y grandes señores, que peleaban por
sus favores. Luego cambió, y Lucía, que seguía teniendo esa belleza superior a la de
todos los mortales, estaba de vuelta en Inglaterra, y Susana (que si empre había sido la
belleza de la familia) había regresado de Estados Unidos. La Susana del cuadro era igual
a la verdadera Susana, pero menos bonita y con una expresión antipática. Y Susana
estaba celosa de la deslumbrante belleza de Lucía, pero esto no t enía importancia, pues a
nadie le interesaba Susana ahora.

       —Diré el conjuro —dijo Lucía—. No me importa, lo diré.
       Dijo “no me importa”, pues tenía el fuerte presentimiento de que no debía hacerlo.
Pero cuando volvió a mirar las primeras palabras del conjuro, ahí, en medio de la
   55   56   57   58   59   60   61   62   63   64   65