Page 63 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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XI LOS ZONZOPODOS FUERON FELICES

Lucía siguió al gran León hacia el pasillo y de inmediato vio a un hombre viejo y
descalzo, vestido de rojo, que se dirigía hacia ellos. Su cabeza blanca estaba coronada
por una guirnalda de hojas de roble, la barba le llegaba hasta el cinturón, y se apoyaba
en un bastón curiosamente labrado. Al ver a Aslan, el viejo se inclinó en una profunda
reverencia y dijo:

       — Bienvenido, Señor, a la más humilde de tus casas.
       — Coriakin, ¿estás cansado de gobernar a esos súbditos tan tontos que te

encargué?

       —No —dijo el mago—. Son bastante estúpidos, pero no hacen daño. Incluso hasta
he llegado a sentir cariño por esas criaturas. A veces, tal vez, me impaciento esperando
que llegue el día en que pueda gobernarlos con sabiduría en vez de tener que hacerlo con
esta burda magia.

       — Todo a su tiempo, Coriakin —dijo Aslan.
       — Sí, Señor, todo a su debido tiempo —fue la respuesta—. ¿Piensas mostrarte ante
ellos, Señor?
       —No —dijo el León con un semigruñido que parecía una risa (pensó Lucía)—. De
seguro los asustaría hasta la locura. Habrá muchas estrellas que envejecerán y bajarán a
descansar a alguna isla, antes de que tu pueblo esté preparado para verme. Y hoy día,
antes de que se ponga el sol, debo visitar a Trumpkin, el Enano, que está en e l palacio de
Cair Paravel, contando los días que faltan para que vuelva Caspian, su amo. Le relataré
toda tu historia, Lucía. No estés triste. Pronto nos volveremos a encontrar.
       —Por favor, Aslan —dijo Lucía—. ¿A qué llamas pronto?
       —Para mí, cualquier plazo es pronto —dijo Aslan, y desapareció en un instante, y
Lucía se quedó sola con el mago.
       — ¡Se ha ido! —dijo él—, y nos ha dejado bien alicaídos. Siempre pasa lo mismo,
no lo puedes retener como si fuera un león domesticado. Pero, dime, ¿te gustó mi libro?
       —Algunas partes me gustaron mucho —dijo Lucía—. ¿Tú sabías todo el tiempo
que yo estaba aquí?
       —Por supuesto que sí. Desde que dejé que los Zonzos se volvieran invisibles supe
que pronto vendrías a quitarles el hechizo. No sabía el día exacto. Y esta mañana no
estaba vigilando en una forma especial. Verás, ellos me volvieron invisible a mí
también, y el ser invisible siempre me ha dado muchísimo sueño. ¡Ouuu!, ya estoy
bostezando de nuevo. ¿Tienes hambre?
       — Sí, tal vez un poco —dijo Lucía—. No tengo idea qué hora será.
       —Ven —dijo el mago—. Puede que para Aslan todas las horas sean pronto, pero
en mi casa todas las horas de hambre son la una de la tarde.
       El mago guió a Lucía un poco más allá por el pasillo, y abrió una puerta. Al entrar,
Lucía se encontró en una habitación muy agradable, llena de sol y de flores. La mesa
estaba vacía, pero no cabía duda de que era una mesa mágica; y a una palabra del
anciano aparecieron un mantel, fuentes y cubiertos de plata, copas y botellas de cristal, y
comida.
       — Espero que te guste —le dijo—. He tratado de darte la comida más parecida a la
de tu mundo, que tal vez no hayas probado últimamente.
       — Es delicioso —dijo Lucía.
       Y de hecho lo era: una tortilla muy caliente, cordero frío con arvejas, helado de
frutilla, jugo de limón para tomar con la comida y después una taza de chocolate.
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