Page 59 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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Le pareció un poco terrible que fuera la última. Para llegar hasta ella debería pasar
frente a cada una de las habitaciones, y en cualquiera podía estar el mago; dormido o
despierto, o invisible o, incluso, muerto. Pero no debía pensar en eso. Comenzó su
camino. La alfombra era tan gruesa que sus pies no hacían ningún ruido.

       “No hay absolutamente nada que temer por el momento”, se dijo Lucía.
       Desde luego, el pasillo estaba lleno de sol y muy tranquilo; tal vez demasiado
tranquilo. Habría sido más agradable sin esos extraños signos pintados con rojo en las
puertas, unas cosas retorcidas y complicadas que obviamente tenían un significado, y sin
duda un significado no muy agradable. Sería mucho más acogedor aun si no fuera por
esas máscaras que colgaban de la pared. No por ser precisamente feas, o no tan feas, sino
porque las órbitas vacías tenían un aspecto muy extraño, y si te dejas llevar por la
imaginación, pronto verías que las máscaras hacían muecas en cuanto les dieras vuelta la
espalda.
       Pasada la sexta puerta más o menos, Lucía tuvo su primer gran susto. Por un
segundo estuvo casi segura de que de la pared se había asomado una picara carita
barbuda y que le había hecho un gesto. Se obligó a sí misma a detenerse y mirar hacia
allá. Lo que vio no era precisamente una cara, sino un pequeño espejo del mismo tamaño
y forma de su propia cara, con pelo en la parte de arriba, y una barba que colgaba de él,
de tal modo que al mirarse en el espejo, tu propia cara calzaba en el pelo y la barba, y
parecía que eran tuyos.
       “Al pasar por aquí vi por el rabillo del ojo m i propio reflejo en el espejo”, se dijo.
“Eso fue todo. Es bastante inofensivo”.
       Pero no le gustó cómo se veía su cara con esa barba y ese pelo, y siguió su camino.
(No tengo la menor idea para qué servirá el espejo barbón, puesto que no soy mago).
       Antes de llegar a la última puerta a la izquierda, Lucía empezó a preguntarse si el
corredor no se habría alargado desde que ella comenzó a caminar por él y si eso sería
parte de la magia de la casa. Pero finalmente llegó a la puerta; estaba abierta.
       Era una pieza amplia con tres grandes ventanas y estaba llena de libros desde el
suelo hasta el techo; Lucía jamás había visto tantos libros: libritos diminutos, libros
gordos y serios, y algunos más grandes que cualquier Biblia de iglesia que hayas visto;
todos forrados en cuero, y olían a antigüedad, a sabiduría y a magia. Pero ella sabía, por
las instrucciones que le dieron, que no debía preocuparse por esos libros, ya que el libro, el
Libro Mágico, estaba sobre una mesa de lectura, justo en medio de la habitación. Lucía
se dio cuenta de que tendría que leerlo de pie (además, no había ninguna silla), y también
que debería dar la espalda a la puerta mientras leía, de modo que se dio vuelta de
inmediato para cerrar la puerta.
       Pero la puerta no cerraba.
       Puede que algunas personas no estuvieran de acuerdo en esto con Lucía; sin
embargo, a mi parecer, hizo lo correcto. Dijo que no le habría importado si hubiera
podido cerrar la puerta, pero que era desagradable tener que estar parada en un lugar
como ése con una puerta abierta justo a sus espaldas. En su lugar, yo me habría sentido
igual. Pero no había nada más que hacer.
       Una cosa que la inquietaba bastante era el tamaño del Libro. La Voz Jefe había
sido incapaz de darle una idea de en qué parte del Libro se hallaba el conjuro para hacer
visibles las cosas. Es más, pareció sorprenderse con su pregunta. El esperaba que Lucía
comenzara a buscar desde el principio, y siguiera hasta dar con la fórmula. Es obvio que
no se le había pasado por la mente que existiera otra forma de buscar algo en un libro.
       —¡Pero esto me tomará días y meses! —dijo Lucía mirando el inmenso volumen—;
ya me siento como si estuviese aquí desde hace horas.
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