Page 70 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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para buscar honor y aventuras. Y aquí se nos presenta la aventura más fantástica que
jamás he oído, y aquí, si nos devolvemos, se pone en tela de juicio todo nuestro honor.
Varios de los marineros susurraron cosas como “al diablo con el honor”, pero
Ca sp ian dijo:
— ¡Oh, qué molestoso eres, Rípichip! Casi desearía haberte dejado en casa. ¡Está
bien! Si lo pones así, supongo que tendremos que seguir adelante. A menos que Lucía
prefiera que no.
Lucía habría preferido con toda su alma no continuar, pero lo que dijo en voz alta
fue:
— Estoy lista.
— ¿Al menos hará encender luces, su Majestad? —preguntó Drinian.
—De todos modos —dijo Caspian—. Encárgate de eso, capitán.
De este modo se encendieron los tres faroles, el de popa, el de proa y uno en lo
alto del mástil, y Drinian mandó traer dos antorchas para poner al medio del barco. Se
veían pálidas y débiles a la luz del sol. Luego mandaron a cubierta a todos los hombres,
salvo los que estaban abajo, a cargo de los remos; armados hasta los dientes, se situaron en
sus puestos de batalla con las espadas desenvainadas. En la cofa de combate estaban Lucía
y dos arqueros con sus arcos tensados y las flechas en las cuerdas. El marinero Rynelf se
encontraba en la proa con su sonda lista para medir la profundidad. Rípichip, Edmundo,
Eustaquio y Caspian, con su armadura resplandeciente, estaban con él. Drinian se hizo
cargo del timón.
—Y ahora, ¡en nombre de Aslan, adelante! —gritó Caspian—. Una remada suave y
continua y que todos los hombres se callen y mantengan oído alerta a las órdenes.
Cuando los remeros comenzaron a remar, el Explorador del Amanecer, con un
crujido y un gemido, empezó a deslizarse hacia adelante. Lucía, que estaba arriba, en la
cofa de combate, tuvo una vista fantástica del momento justo en que penetraron en la
oscuridad. La proa ya había desaparecido antes de que la luz del sol se fuera de la popa.
Ella la vio irse. En un minuto la popa dorada, el mar azul y el cielo estab an a plena luz
del día; al minuto siguiente, el mar y el cielo habían desaparecido, y el farol de la popa,
que apenas se notara antes, era la única cosa que indicaba donde terminaba el barco.
Frente al farol, Lucía pudo ver la oscura silueta de Drini an agachada sobre el timón.
Justo bajo ella, las dos antorchas dejaban ver dos pequeños espacios de la cubierta, y
hacían relucir las espadas y cascos; y más adelante, había otra isla de luz, en el castillo
de proa. Fuera de eso, la cofa de combate, alumbrada por una luz en la punta del mástil,
que estaba justo sobre ella, parecía ser un pequeño y luminoso mundo aislado que flotaba
en la solitaria oscuridad. Y las mismas luces, como siempre ocurre con las luces cuando
hay que encenderlas a una hora inapropiada del día, se veí an pálidas y antinaturales.
Lucía también se dio cuenta de que tenía mucho frío.
Nadie supo cuánto duró ese viaje en la oscuridad. De no haber sido por el crujido de
los escálamos y el salpicar de los remos, nada habría indicado que se estaban moviendo.
Edmundo, que desde la proa forzaba la vista a su alrededor, no pudo ver nada,
salvo el reflejo del farol en el agua, frente a él. Era una especie de reflejo grasoso, y el
ruido de las olas que levantaba la proa parecía ser triste, débil y sin vida. A medida que
pasaba el tiempo, todos, menos los remeros, empezaron a tiritar de frío.
De pronto, de algún lugar (ya nadie tenía ningún sentido de orientación muy claro),
provino un grito, que bien se podía tratar de una voz no humana, o bien de la voz de
alguien en tal estado de pánico, que casi había perdido su condición hum ana.
Ca sp i an aún estaba tratando de hablar (tenía la boca muy seca), cuando se oyó la
voz aguda de Rípichip, que en aquel silencio se sintió más fuerte de lo normal.
— ¿Quién llama? —chilló—. Si eres un enemigo, no te tememos, y si eres un
amigo, tus enemigos aprenderán a tener miedo de nosotros.
— ¡Piedad! —gritó la voz—. Incluso si ustedes no son más que otro sueño, tengan