Page 72 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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volverse realidad, tanto Edmundo como Caspian podrían transformarse en algo horrible
cuando ella se les acercara. Se sujetó a la baranda de la cofa de combate y trató de
calmarse. Los hombres estaban remando hacia la luz, lo más rápido que podían; todo
estaría bien en unos segundos. ¡Oh, si todo pudiese estar bien ahora mismo!

       A pesar de que los remos hacían mucho ruido, no lograban cubrir el silencio total
que rodeaba al barco. Todos sabían que era preferible no escuchar, ni aguzar el oído a
cualquier sonido que viniera de la oscuridad, pero nadie podía evitar escuchar, y pronto
todos empezaron a oír cosas. Cada uno oía cosas diferentes.

       —¿Oyes un ruido semejante a... un par de tijeras gigante, que se abre y cierra...
allá, en esa dirección? —preguntó Eustaquio a Rins.

       — ¡Silencio! —repuso Rins—. Las oigo trepar por los lados del barco.
       — Se va a instalar arriba del mástil —dijo Caspian.
       — ¡Uf! —exclamó un marinero—. Están comenzando a sonar los gongs. Sabía que
sonarían.
       Caspian, tratando de no mirar nada (especialmente de no seguir mirando tras de
sí), fue a popa, donde estaba Drinian.

       —Drinian —le dijo en voz muy baja—. ¿Cuánto tiempo nos demoramos remando

hacia allá, es decir, hasta el lugar donde recogimos al desconocido?
       — Cinco minutos, tal vez —susurró Drinian—. ¿Por qué?
       —Porque llevamos más tiempo que ése tratando de salir de aquí.

       La mano de Drinian tembló sobre el timón y por su cara rodó una gota de sudor

frío. Todos pensaban lo mismo.
       — ¡Jamás saldremos de aquí, jamás! —se quejaban los remeros—. Lleva mal el

timón. Estamos dando vueltas y vueltas en círculos. ¡Nunca saldremos de aquí!
       El desconocido, que yacía en la cubierta hecho un ovillo, se sentó y lanzó una

horrible y estridente carcajada.
       — ¡Nunca saldremos de aquí! —dijo a gritos—. Así es. Por supuesto. Nunca

saldremos. ¡Qué tonto fui al pensar que me dejarían ir tan fácil! No, no. Jamás saldremos
de aquí.

       Lucía apoyó la cabeza en la baranda de la cofa de combate y susurró:
       —Aslan, Aslan, si es cierto que nos amas, ayúdanos ahora.
       La oscuridad no disminuyó, pero Lucía se empezó a sentir un poquito, un muy,
muy poquito mejor. “Después de todo, todavía no nos ha pasado nada”, pensó.
       — ¡Miren! —se oyó la voz ronca de Rynelf, desde la proa.

       Allí enfrente se veía un puntito de luz y, mientras lo mirab an, de él cayó un

inmenso rayo de luz sobre el barco. Esto no alteró la oscuridad rein ante, pero el barco
entero se iluminó, como por un reflector. Casp i an pestañeó, miró a su alrededor, vio a
sus compañeros, todos con cara de locos y la mirada fija. Miraban hacia el mismo punto:

detrás de cada cual, sus negras y afiladas sombras.
       Lucía miró a lo largo del rayo, y de pronto vio algo en él. Al principio parecía ser

una cruz, luego un avión, después un volantín y, finalmente, con un batir de alas, se paró

justo sobre ella, y vio que era un albatros. Dio tres vueltas alrededor del mástil y luego

se posó un instante en la cabeza del dragón dorado de proa. Gritó con una voz fue rte y

dulce algo que parecían ser palabras, a pesar de que nadie las comprendió. Luego

extendió sus alas, se elevó y comenzó a volar lentamente hacia adel ante, torciendo un

poco a estribor. Drinian condujo el barco tras él, sin dudar que era un buen guía. Pero
nadie, salvo Lucía, supo que mientras volaba alrededor del mástil le había susurrado
“Ten valor, m i amor”, y ella estaba segura de que esa voz era la de Aslan y, con la voz,

sintió un delicioso olor junto a su cara.

       En pocos segundos la oscuridad de adelante se volvió agrisada y, luego, casi antes

de que se atrevieran a hacerse ilusiones, ya habían salido a la luz del sol y se

encontraban nuevamente en el mundo azul y templado. Y así como esos momentos en los
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