Page 71 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
P. 71

piedad. Súbanme a bordo. Se lo suplico, súbanme a bordo, aunque sea para darme

muerte. Pero, ¡por amor del cielo!, no se desvanezcan dejándome solo en esta horrible

tierra.

       — ¿Dónde estás? —gritó Caspian—. Sube a bordo y seas bien venido. Se oyó otro

   grito, que podía ser tanto de alegría como de terror, y supieron que alguien estaba

   nadando en dirección a ellos.
       — Señores, prepárense para subirlo —dijo Casp i an.
       —A la orden, su Majestad —respondieron los marineros.

       Muchos se agolparon a las amuradas a babor llevando cuerdas y uno de ellos se

inclinó hacia afuera sobre uno de los costados del barco, sosteniendo una antorcha. En la

oscuridad del agua apareció una cara salvaje y bl anca, y luego, después de algunos

forcejeos y tirones, una docena de manos amistosas subieron al desconocido a bordo.

       Edmundo pensó que jamás había visto un hombre de aspecto más extraño. Aunque

no parecía ser demasiado viejo, al contrario, su pelo era una desordenada mata de canas,

su cara era delgada y arrugada, y por vestimenta sólo le colgaban unos andrajos

empapados. Pero lo que más sorprendía eran sus ojos tan inmensamente abiertos, que

parecían no tener párpados, y que miraban fijo, como en una agonía de puro miedo.

       En cuanto sus pies tocaron cubierta, dijo:
       — ¡Huyan, huyan! Den vuelta y huyan. Remen, remen por sus vidas, fuera de esta

       maldita playa.
       — Cálmate —dijo Rípichip— y dinos cuál es el peligro. Nosotros no estamos

acostumbrados a huir.
       Al oír la voz del Ratón, el desconocido se sobresaltó terriblemente, pues no lo

había visto antes
       — Sin embargo, saldrán huyendo de aquí —dijo jadeante—. Esta es la isla donde

los sueños se hacen realidad.
       — Es la isla que he buscado todo este tiempo —dijo uno de los marineros—.

Imaginé que me casaría con Nancy si desembarcábamos aquí.
       —Y que yo encontraría a Tomás nuevamente con vida —dijo otro.
       — ¡Tontos! —dijo el hombre pateando el suelo con rabia—. Este es el tipo de

habladurías que me trajo hasta aquí, y la verdad es que preferiría haberme ahogado, o no
haber nacido siquiera. ¿Oyeron lo que les dije? Aquí es donde los sueños, los sueños,
¿entienden?, cobran vida, se hace realidad. No los ensueños, sino los sueños.

       Hubo casi medio minuto de silencio y, luego, con gran ruido de armaduras la
tripulación completa se dejaba caer como podía por la escotilla principal, lo más rápido
posible. Todos se precipitaron a los remos, para remar como nunca antes lo habían

hecho; y Drinian hacía girar el timón, y el contramaestre fijaba el más veloz ritmo de

remada que jamás se oyera en el mar. Pues había bastado sólo medio minuto para que
todos recordaran ciertos sueños que habían tenido, sueños que hacían que uno tuviera
miedo de volverse a dormir, y comprendieron lo que ocurriría si desembarcaban en una
tierra en que los sueños se hacen realidad.

       Sólo Rípichip permaneció inmóvil.
       — Su Majestad, su Majestad —dijo—. ¿Va a tolerar este motín, esta cobardía?

Esto es pánico, es una desbandada.
       — ¡Remen, remen! —vociferaba Caspian—. ¡Empujen a matarse! Drinian, ¿estamos

en el rumbo? Puedes decir lo que quieras, Rípichip, pero hay ciertas cosas a las que un
hombre no puede hacer frente.

       —Entonces tengo suerte de no ser un hombre —respondió Rípichip con una

reverencia muy ceremoniosa.
       Desde las alturas, Lucía había oído todo, y en un instante se le vino a la cabeza

uno de sus propios sueños que con gran esfuerzo había tratado de olvidar; volvió a su
memoria en forma tan real, como si acabara de despertar de él. ¡De modo que eso era lo
que estaba tras ellos en la isla, en la oscuridad! Por un segundo quiso bajar a cubierta y
quedarse con Edmundo y Caspian; pero ¿de qué serviría? Si los sueños empezaban a
   66   67   68   69   70   71   72   73   74   75   76