Page 74 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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XIII LOS TRES DURMIENTES
El viento nunca los abandonó, pero cada día era más suave hasta que, al final, las olas
eran poco más que simples ondas y el barco se deslizaba, hora tras hora, casi como si
estuvieran navegando en un lago. Cada noche veían que en el oriente aparecían nuevas
constelaciones que jamás nadie había visto en Narnia y, tal vez, como pensaba Lucía con
una mezcla de alegría y miedo, jamás habían sido vistas por ojos vivientes. Esas nuevas
estrellas eran grandes y brillantes, y las noches eran cálidas. La mayoría de los viajeros
dormía en cubierta y todos conversaban hasta altas horas de la noche, o bien, se apoyaban
en los costados del barco, contemplando la luminosa danza de la espuma que hacía saltar
la proa.
Durante un atardecer de asombrosa belleza, cuando la puesta de sol tenía tonos tan
rojos y púrpura, y se extendía en tal forma que el mismo cielo parecía mucho más
grande, avistaron tierra a estribor. Se acercaba lentamente, y la luz tras e llos hacía que
los cabos y peñascos de esta nueva tierra parecier an arder en llamas. Pero pronto se
encontraron navegando a lo largo de sus costas, y el cabo occidental de la isla, ahora
detrás de ellos, se alzaba negro contra el cielo rojo, y afilado como si estuviera recortado
en cartón, y en ese momento pudieron apreciar mejor cómo era el país. No tenía
montañas, sino muchos lomajes suaves y con laderas que parecí an almohadas. Desde allí
provenía un agradable olor, que Lucía definió como “un tipo de suave olor a púrpura”, en
tanto que Edmundo lo llamó (y Rins pensó) “podrido”, y Ca sp i an dijo “sé a lo que se
refieren”.
Navegaron un largo trecho, pasando de un lugar a otro, con la esperanza de
encontrar un buen puerto suficientemente profundo, pero al fin tuvieron que conformarse
con una bahía ancha y de escasa profundidad. Aunque se veía absolutamente en calma
desde el mar, en la playa, como era de suponer, rompí an las olas sobre la arena, por lo
que el E x p lo ra d o r d e l A ma n e c e r no pudo entrar tanto como ellos habrían querido.
Anclaron bastante lejos de la orilla y tuvieron que hacer un húmedo y desordenado
desembarco en el bote. Lord Rup se quedó a bordo del barco. Ya no deseaba ver más
islas. Todo el tiempo que permanecieron en esas tierras sintieron en sus oídos el constante
sonido del romper de las olas.
Dejaron dos hombres para cuidar el bote y C asp i an guió a los otros hacia el
interior de la isla, pero no se adentraron demasiado, pues era muy tarde para explorar y
pronto ya no habría luz. Mas no fue necesario ir demasiado lejos para encontrar una
aventura. El valle parejo que se extendía en la punta de la bahía, no mostraba ni un
rastro, ni un camino, ni ningún otro signo que pudiera indicar la existencia de habit antes.
A sus pies, el césped era fino y ligero, salpicado de matas bajas y espesas, que Edmundo
y Lucía tomaron por brezo. En cambio Eustaquio, que realmente era bastante bueno para
la botánica, dijo que no era brezo y probablemente tenía razón; pero sin la menor duda era
algo muy parecido.
No habían alcanzado a caminar la distancia que cubre un tiro de flecha, cuando
Drinian dijo:
—Miren, ¿qué será eso?
Y todos se detuvieron.
— Tal vez sean árboles muy grandes —dijo Casp ian.
—Yo creo que son torres —dijo Eustaquio.
— O tal vez sean gigantes —murmuró Edmundo en voz más baja.