Page 73 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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que simplemente quedarse en la cama, viendo cómo la luz del día entra a raudales por la
ventana, y oír la voz alegre de un cartero madrugador o del lechero que gritan allá abajo, y
darse cuenta de que “sólo fue un sueño: no era verdad”, es tan maravilloso que casi vale
la pena tener una pesadilla para experimentar la alegría de despertar; así se sintieron
todos al salir de la oscuridad.

       Los asombró la claridad del barco: casi esperab an que la oscuridad se hubiera
pegado al blanco y al verde y al dorado, como la mugre o la nata.

       Lucía no perdió tiempo y bajó rápidamente a la cubie rta, donde encontró a los
demás reunidos alrededor del recién llegado. Durante largo rato la felicidad le impidió
hablar y se limitó a contemplar el mar y el sol, y a tocar las amuradas y las cuerdas,
como si quisiera convencerse de que realmente estaba despie rto, mientras rodaban las
lágrimas por sus mejillas.

       —Gracias —dijo finalmente—. Me han salvado de... Pero no quiero hablar de eso.

       Ahora permítanme saber quiénes son ustedes. Yo soy un telmarino de Narnia y,
cuando valía algo, los hombres me llamaban Lord Rup.

       —Y yo —dijo Caspian—, soy Caspian, rey de Narnia, y estoy navegando con el fin
   de encontrarte a ti y a tus compañeros, que eran los amigos de mi padre. Entonces
   Lord Rup cayó de rodillas y besó la mano del rey.

       — Señor —dijo—. Eres el hombre que más he deseado ver en el mundo. Te ruego
que me concedas un favor.

       —¿De qué se trata? —preguntó Caspian.
       — Que nunca me preguntes, ni permitas que otro lo haga, sobre lo que he visto
durante estos años en la Isla Oscura.
       —Es un favor muy simple, mi Lord —contestó Caspian, y añadió con un
estremecimiento—: ¿Preguntarte? Claro que no. Daría todo mi tesoro por n o oírlo.
       — Señor —dijo Drinian—. Tenemos viento favorable para el sureste. ¿Puedo hacer
subir a nuestros pobres compañeros para soltar velas? Y después los que no sean
imprescindibles, a sus hamacas.
       — Sí —dijo Caspian—, y que haya ponche para todos. Aaah, siento que podría
dormir un día entero.
       Así fue como navegaron toda la tarde con gran alegría y buen viento rumbo al
sureste, y el montecillo de oscuridad se hacía cada vez más pequeño a popa. Pero nadie se
dio cuenta cuando desapareció el albatros.
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