Page 76 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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—Podemos tratar —propuso Caspian, y comenzó a remecer al durmiente que tenía
más cerca.
Por un momento todos pensaron que esto daría resultado, ya que el hombre respiró
profundamente y dijo entre dientes:
—No seguiré remando hacia el este. ¡Rumbo a Narnia, a toda velocidad!
Pero casi de inmediato volvió a sumergirse en un sueño aun más profundo que el
anterior, es decir, su pesada cabeza quedó colgando unos cuantos centímetros más abajo de
la mesa, y todos los esfuerzos que hicieron para despertarlo de nuevo fueron en vano. Con
el segundo ocurrió casi lo mismo.
—No nacimos para vivir como animales —dijo—. Vayan hacia el este mientras
puedan... A las tierras detrás del sol.
Y se durmió nuevamente. Y el tercero sólo dijo: —Mostaza, por favor.
Y se quedó profundamente dormido.
² R u m b o a Narn ia, a to da velo cidad, ¿eh? —dijo Drinian.
— Sí —asintió Caspian—, tienes razón, Drinian. Creo que nuestra búsqueda llega a
su fin. Veamos sus anillos. Sí, aquí están sus blasones. Este es lord Revilian; éste lord
Argoz, y éste lord Mavramorn.
—Pero no podemos despertarlos —dijo Lucía—. ¿Qué haremos ahora?
—Ruego me disculpen sus Majestades —dijo Rins—, pero ¿por qué no empezamos
a comer mientras lo discuten? No todos los días se ve una comida como ésta.
— ¡Por ningún motivo! —exclamó Casp ian.
— Tiene razón, tiene razón —dijeron varios de los marineros—. Hay demasiada
magia por estos lados. Mientras antes volvamos al barco, tanto mejor.
—Pueden estar seguros —dijo Rípichip— de que por haber comido esta comida,
los tres caballeros han dormido durante siete años.
—Yo no tocaré eso, aunque me muera de hambre — dijo Drinian.
— La luz se está yendo extraordinariamente rápido —indicó Rynelf.
—Volvamos al barco, volvamos al barco — murmuraron los demás hombres.
— En realidad, creo que tienen razón —dijo Edmundo—. Mañana podemos decidir
lo que haremos con los tres durmientes. No nos atrevemos a probar esa comida y no hay
razón para pasar la noche aquí. Todo el lugar huele a magia... y a pe ligro.
— Comparto absolutamente la opinión del rey Edmundo —dijo Rípichip— en lo
que concierne a la tripulación del barco en general. Pero, en cu anto a mí, me sentaré a
esta mesa hasta que amanezca.
— ¿Por qué diablos? —preguntó Eustaquio.
—Porque —repuso el Ratón— esta es una gran aventura, y no hay peor peligro para
mí que volver a Narnia sabiendo que dejé un miste rio atrás, sólo por miedo. —Me
quedaré contigo, R ip —dijo Edmundo.
—Y yo también —dijo C asp i an.
—Y yo —dijo Lucía.
Y entonces Eustaquio también se ofreció, lo que era muy valeroso de su parte, ya
que, como jamás había leído ni oído nada acerca de estas cosas hasta que llegó al
Explo rado r de l A manec e r, todo era más difícil para él que para los otros.
— Suplico a su Majestad... —comenzó Drinian.
—No, m i lord —dijo Caspian—. Tu lugar está en el barco, y has tenido un día de
trabajo, mientras que nosotros cinco hemos estado de ociosos.
Hubo muchas discusiones al respecto, pero finalmente Casp i an se salió con la suya.
Mientras los otros se iban hacia la playa en la creciente oscuridad, ninguno de los cinco
vigilantes, excepto tal vez Rípichip, pudo evitar una fría sensación en el estómago.
Se demoraron un rato en escoger sus asientos alrededor de la pe ligrosa mesa.
Probablemente todos tenían el mismo motivo, pero nadie lo dijo en voz alta. Pues era en
verdad una elección bastante desagradable. Difícilmente uno podía soportar toda la noche