Page 80 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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Lentamente se

XIV  EL PRINCIPIO DEL FIN DEL MUNDO volvió a abrir la

                                                                                  puerta y salió

otra figura tan erguida y alta como la niña, pero menos esbelta. No traía ninguna luz, pero

la luz parecía brotar de ella. A medida que se acercaba, Lucía se dio cuenta de que se

trataba de un hombre anciano. Su barba plateada caía hasta sus pies descalzos por

delante, y, por su espalda, el pelo de plata colgaba hasta los talones; y su ropaje parecía

estar hecho con la lana de una oveja de plata. Su aspecto era tan bondadoso y serio, que,

una vez más, los viajeros se pusieron de pie y permanecieron en silencio.

     Pero el anciano avanzó sin dirigirles la palabra y se detuvo al otro extremo de la

mesa, frente a su hija. Luego los dos alzaron los brazos hacia adelante y se dieron vuelta

para mirar en dirección al este. En esa posición empezaron a cantar. Me gustaría escribir

la letra de la canción, pero ninguno de los allí presentes pudo recordarla. Más tarde

Lucía dijo que el tono era muy alto, casi estridente, pero que era una canción muy
bonita, “una canción de frío, una canción de muy temprano en la mañana”. Y mientras

ellos cantaban, se levantaron las grises nubes del cielo oriental y los manchones de luz

blanca se hicieron cada vez más grandes, hasta que todo fue blanco y el mar comenzó a

brillar como si fuera de plata. Mucho después (pero ellos dos no dejaban de cantar), el

oriente empezó a ponerse rojo y, por fin, ya sin ninguna nube, el sol salió por el mar y su

rayo poderoso cayó a lo largo de la mesa, sobre los objetos de oro y plata y sobre el

Cuchillo de Piedra.

     Los narnianos se habían preguntado un par de veces antes si en estos mares el sol se

vería más grande al salir de lo que se veía en casa. Esta vez estuvieron seguros. No se

habían equivocado. Y el resplandor de su rayo en el rocío y sobre la mesa, era lejos el

resplandor matinal más intenso que jamás habían visto. Y, como dijo más tarde
Edmundo, “aunque en este viaje sucedieron muchísimas cosas que su en a n más
emocionantes, ese fue el momento más emocionante”. Porque ahora se dieron cuenta de

que en realidad habían llegado al principio del fin del mundo.

     Luego algo pareció volar hacia ellos desde el centro mismo del sol naciente; pero,

como es de suponer, uno no podía mirar fijo en esa dirección para asegurarse. De pronto el

aire se llenó de voces, voces que empezaban a entonar la misma canción que cantaban la

Dama y su padre, pero con tonos mucho más violentos y en un lenguaje que ninguno

conocía. Poco después fue posible ver a los dueños de estas voces. Se trataba de pájaros

grandes y blancos, y venían por cientos y miles, y se posaban en todas partes: sobre el

pasto y el pavimento, en la mesa, en tus hombros, en tus manos y en tu cabeza, hasta que

parecía como si hubiese caído mucha nieve. Al igual que la nieve, no sólo dejaron todo

blanco, sino también empañaron y desdibujaron todas las formas. Pero Lucía, mirando

por entre las alas de las aves que volaban sobre ella, vio que una iba hacia el anciano

llevando en su pico algo semejante a una pequeña fruta, a menos que fuera una pequeña

brasa, que bien podría ser, pues era demasiado brillante para mirarla. Y el pájaro la

depositó en la boca del anciano.

     Después los pájaros dejaron de cantar y parecieron afanarse sobre la mesa. Cuando

se levantaron otra vez, todo lo que había en la mesa que se podía come r o beber había

desaparecido. Aquellos millares de pájaros terminaron su comida y se llevaron todo lo

que no podía comerse o beberse, tales como huesos, cáscaras y conchas, y volaron de

regreso al sol naciente. Pero ahora, debido a que ya no cantaban, el aleteo de sus alas

parecía hacer temblar el aire.

       Y allí estaba la mesa, limpia a picotazos y vacía, y los tres viejos caballeros de

Narnia profundamente dormidos.

       Luego el Anciano se volvió a los viajeros y les dio la bienvenida.
       — Señor —dijo Caspian—, ¿puedes decirnos cómo deshacer el encantamiento que

tiene a estos tres lores narnianos dormidos?
       — Te lo diré con mucho gusto, hijo mío —respondió el Anciano—. Para romper

este hechizo tienes que navegar hasta el Fin del Mundo, o lo más cerca que puedas
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