Page 81 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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llegar, y volver habiendo dejado al menos a uno de tus compañeros atrás.
       —Y ¿qué le ocurrirá a ése? —preguntó Rípichip.
       —Deberá seguir hasta el extremo de oriente y no volver nunca más al mundo.
       — Ese es m i mayor anhelo —dijo Rípichip.
        — ¿Y estamos cerca del Fin del Mundo ahora?, señor —preguntó Caspian—.

¿Tienes algún conocimiento de mares o tierras que estén más al este de esta isla?
       —Yo las vi hace mucho tiempo —dijo el Anciano—, pero fue desde una gran

altura. No puedo decirles nada de lo que un marino necesita saber.
        — ¿Quieres decir que estabas volando por los aires? —dejó escapar Eustaquio.
       —Estaba aun mucho más alto que el aire, hijo mío —respondió el Anciano—. Yo

soy Ramandú. Pero veo que se miran unos a otros y que nunca antes han oído este

nombre. No es de extrañarse, pues los días en que fui una estrella habían pasado ya

mucho antes de que cualquiera de ustedes conociera este mundo, y todas las

constelaciones han cambiado.
       — ¡Dios mío! —exclamó Edmundo—, ¡Pero si es una estrella en retiro!
       — ¿Ya no eres más una estrella? —preguntó Lucía.
       — Soy una estrella en reposo, hija mía —contestó Ramandú—. Cuando salí por

última vez, más decrépito y viejo de lo que se pueden imaginar, fui traído a esta isla.

Ahora no soy tan viejo como entonces. Cada mañana un pájaro me trae un grano de

fuego de los valles del Sol, y cada grano de fuego me quita un poco de mis años. Y

cuando llegue a ser tan pequeño como un niño nacido ayer, entonces saldré nuevamente,

porque estamos en el extremo oriental de la tierra, y todo volverá a comenzar.
       —En nuestro mundo —dijo Eustaquio—, una estrella es una inmensa bola de gas

incandescente.
       — Incluso en tu mundo, hijo mío, las estrellas no son eso, sino que de eso están

hechas. Creo que en este mundo ya han conocido otra estrella, pues imagino que han

estado con Coriakin.
       — ¿También es una estrella en retiro? —preguntó Lucía.
       —Bueno, no exactamente —dijo Ramandú—, ya que no fue precisamente como un

descanso que lo destinaron a gobernar a los Zonzos. Más bien pueden llamarlo un

castigo. Si todo hubiese marchado bien, él debería haber brillado por miles de años más en

el cielo invernal del sur.
        — ¿Qué fue lo que hizo, señor? —preguntó Caspian.
       —Hijo mío —dijo Ramandú—. Un hijo de Adán, como tú, no puede saber las

faltas que puede cometer una estrella. Pero vengan, estamos perdiendo el tiempo con

esta conversación. ¿Están ya resueltos? ¿Navegarán más al este y volverán, dejando atrás

a uno que no volverá jamás, para, de este modo, romper el encantamiento? ¿O navegarán

hacia el oeste?
       —Pero, señor —dijo Rípichip—, ¿hay alguna duda al respecto? Claramente es

parte de nuestra búsqueda rescatar a estos tres lores de su encantamiento.
       —Yo pienso lo mismo, Rípichip —replicó Caspian—, y aunque así no fuera, me

rompería el corazón el no llegar lo más cerca del Fin del Mundo que nos pueda llevar El

Explorador del Amanecer. Pero estoy pensando en la tripulación. Ellos se enrolaron para

buscar a los siete lores, no para llegar al extremo de la tierra. Si navegamos hacia el este

desde aquí, es para llegar al borde, al extremo oriental, y nadie sabe cuan lejos está. Son

tipos valientes, pero veo señales de que algunos están cansados de este viaje y anhelan

que pongamos proa a Narnia nuevamente. Pienso que no debería llevarlos más lejos sin

su conocimiento y consentimiento. Y también está el pobre lord Rup; es un hombre

deshecho.

       —Hijo mío —dijo la estrella—. No serviría de nada, aunque así lo quisieras,

navegar hacia el Fin del Mundo con hombres que no quieren ir o que irían engañados.

No es así como se logran los grandes desencantamientos. Deben saber a dónde van y por

qué. Pero, ¿quién es ese hombre deshecho del que hablas?
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