Page 86 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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un camino en el bosque, y el lugar donde se junta con la otra podría ser un cruce. ¡Ay,
cómo me gustaría estar allá! ¿Qué pasa ahora? Parece que el bosque se termina. ¡Y creo
que la franja era en verdad un camino! Todavía la puedo ver atravesando la arena clara.
Es de un color diferente y está marcada con algo en los bordes, unas líneas de puntos.
Tal vez sean piedras. Y ahora se pone más ancha”.
Pero, verdaderamente, no se estaba ensanchando, sino que se estaba acercando.
Lucía se dio cuenta de esto debido a la forma en que la sombra del barco se precipitaba
hacia él. El camino, ahora estaba segura de que era un camino, empezó a zigzaguear. No
cabían dudas de que subía un cerro empinado. Cuando Lucía ladeó la cabeza y miró
hacia atrás, lo que vio era muy parecido a lo que ves cuando bajas la mirada desde la
cumbre de un cerro a un camino serpenteante. Podía ver hasta los rayos de luz que caían
a través del agua en el valle arbolado; y allá, muy a lo lejos, vio que todas las cosas se
fundían en un sombrío verdor. Pero algunos lugares, los más soleados, pensó, eran de
color azul ultramarino.
Sin embargo, Lucía no pudo perder mucho tiempo mirando hacia atrás, porque lo
que aparecía al frente era sumamente impresionante. Aparentemente el camino había
alcanzado la cumbre de la colina y ahora se extendía derecho hacia adelante. En él se
movían pequeños puntos de un lado a otro y en ese instante algo maravilloso apareció
echando destellos, afortunadamente a plena luz del sol, al menos a toda la luz posible
cuando cae a varios metros de profundidad. Era algo nudoso y dentado, de un color
nacarado o quizás marfileño. Lucía estaba casi justo encima y, al principio, apenas pudo
distinguir de qué se trataba. Pero todo se aclaró cuando vio su sombra. La luz caía por
los hombros de Lucía, de manera que la sombra de la cosa se alargaba sobre la arena
tras la cosa. Por su forma, ella se dio cuenta claramente de que era la sombra de torres,
pináculos, minaretes y cúpulas.
“¡Vaya! Pero si es una ciudad, o un castillo enorme —dijo Lucía para sus
adentros—. ¿Por qué lo habrán construido en la cumbre de una mont aña tan grande?”
Mucho tiempo después, cuando estaba de vuelta en Inglaterra y comentaba todas
estas aventuras con Edmundo, dieron con una razón, que estoy muy seguro es la
correcta. En el mar, mientras más profundo se llega, más frío y sombrío se vuelve, y es
en aquellas profundidades, en el frío y la oscuridad, donde viven cosas, peligrosos
monstruos, como el Calamar, la Serpiente Marina y el Kraken *. Los valles son los
lugares más salvajes y hostiles. Los habitantes del mar piensan de sus valles lo que
nosotros de nuestras montañas; y piensan de sus montañas, lo que nosotros de nuestros
valles. Es en las alturas (o, como diríamos más bien, “en los bajos”) donde hay paz y
cordialidad. Los temerarios cazadores y los valientes caballeros de mar bajan a las
profundidades en busca de presas y aventuras, pero vuelven a sus hogares en las
montañas al descanso y tranquilidad, a sus costumbres cortesanas y reuniones de
consejo, a los deportes, a los bailes y cantos.
Habían dejado atrás la ciudad, y el fondo marino seguía subiendo; ahora estaba
sólo a unos treinta metros bajo el barco. El camino había desaparecido. Navegaban
sobre una región semejante a un parque abierto, salpicado de pequeños bosquecillos de
colorida vegetación. De pronto Lucía casi lanzó un chillido de entusiasmo: había visto
Gente.
Eran entre quince y veinte, todos montados en caballos de mar, no esos caballos
de mar diminutos, que a lo mejor has visto en los museos, sino caballos bastante más
grandes que sus jinetes. Lucía pensó que debía ser gente noble, pues alcanzó a ver el
brillo del oro en sus frentes y las banderolas de telas de color esmeralda y naranja que
ondeaban detrás de sus cabezas en la corriente. Entonces...
* Kraken: monstruo marino de los mares de Noruega.