Page 87 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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— ¡Oh, malditos peces! —dijo Lucía.
       Pues un cardumen completo de pequeños y planos peces, que nadaba muy cerca de
la superficie, se había interpuesto entre ella y la Gente de Mar. Pero aunque le quitaron
la visión, le permitieron ver lo más interesante de todo. De súbito un feroz pececillo, de
una especie que ella jamás había visto, subió rápidamente desde las profundidades,
mordió y capturó a uno de los peces planos y se sumergió con él en la boca. Todos los
Seres del Mar estaban sentados en sus caballos y miraban atentamente lo que acababa de
ocurrir. Parecían hablar y reír. Antes de que el pez cazador volviera donde ellos con su
presa, otro pez, de la misma especie, salió del grupo de la Gente de Mar. Lucía estaba
totalmente segura de que un Hombre de Mar muy grande que se encontraba montado en
su caballo al medio del grupo, era el que lo había enviado, o soltado, como si hasta ese
momento lo hubiese tenido retenido en su mano o en su muñeca.
       — ¡Pero por Dios! Si es una cacería, o más bien una de esas cacerías con halcones.
Sí, eso es. Ellos cabalgan con esos pececillos feroces en sus muñecas, tal como, hace
tanto tiempo, solíamos hacerlo nosotros con los halcones, cuando éramos reyes y reinas en
Cair Paravel. Y luego los echan a volar, o mejor dicho nadar, hacia los otros. Como...
       Se detuvo repentinamente, pues la escena estaba cambiando. La Gente de Mar
había visto al Explorador del Amanecer. El cardumen se dispersó en diferentes
direcciones y la propia Gente de Mar subía para sa ber qué significaba esa inmensa cosa

negra que se había atravesado entre ellos y el sol. Ya estaban tan cerca de la superficie
que, si se hubieran encontrado en el aire en lugar del agua, Lucía habría podido
hablarles. Eran hombres y mujeres, todos con una especie de coronita y muchos usab an
cadenas de perlas, pero no llevaban otra ropa. Sus cuerpos eran de color marfil viejo y
sus cabellos morado oscuro. El rey, que se encontraba en el centro (nadie podía tomarlo
por otra cosa que por el rey), miraba con orgullo y ferocidad a Lucía, esgrimiendo una
lanza en su mano. Sus caballeros hicieron lo mismo. Los rostros de las damas estaban
llenos de estupor. Lucía pensaba que, con toda seguridad, nunca antes habían visto un
barco ni a un ser humano; y ¿cómo podrían verlo en los mares más allá del Fin del

Mundo, donde nunca antes había llegado un barco?
       —¿Qué miras con tanta atención, Lu? —preguntó una voz muy cerca de ella.
       Había estado tan absorta en su contemplación, que se sobresaltó al oír la voz y, al

volverse, se dio cuenta de que tenía dormido el brazo después de estar tanto rato
apoyada sobre la baranda en la misma posición. Drinian y Edmundo estaban a su lado.

       —Miren —les dijo.
       Ambos miraron, pero, casi al instante, Drinian susurró:
       — Sus Majestades, dense vuelta de inmediato; así, con la espalda hacia el mar. Y
que parezca como si no estuviésemos hablando de nada importante.
       —Pero ¿por qué? ¿Qué pasa? —preguntó Lucía mientras obedecía.
       —Jamás se debe permitir a los marineros que vean esto —dijo Drinian—, porque
algunos hombres podrían enamorarse de las mujeres de mar, o del propio país submarino
y se arrojarían por la borda. Ya antes he oído de cosas como éstas que ocurren en mares
extraños. Siempre es mala suerte ver a esta gente.
       —Pero nosotros sí las conocíamos —dijo Lucía—. En los viejos tiempos, en Cair

Paravel, cuando mi hermano Pedro era el gran Rey. Ellos subieron a la superficie y
cantaron en nuestra coronación.

       —Deben haber sido de otra especie, Lu —dijo Edmundo—. Ellos podían vivir en
el aire tanto como en el agua y creo que éstos no pueden hacerlo. Por su aspecto, pienso

que haría rato que habrían salido a la superficie y empezado a atacarnos si hubiesen
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