Page 32 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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lados buscando la posición más cómoda para pasarlo bien. Pero no lo pasó bien, al
menos no por mucho rato. Comenzó, casi por primera vez en su vida, a sentirse solo.
Esta sensación, al principio, creció en forma muy gradual. Luego empezó a preocuparse
del tiempo. No se oía ni el más leve sonido. De pronto se le ocurrió que tal vez había

estado tendido allí durante horas. ¡Quizás los demás se habían ido! ¡A lo mejor lo habían

dejado irse a vagar a propósito, con el fin de dejarlo abandonado! Pegó un salto, muerto de
miedo, y empezó el descenso.

       Al principio trató de hacerlo a toda carrera, pero resbaló en el pasto que estaba

muy alto y rodó varios metros. Luego, pensando que esta caída lo había desviado mucho
hacia la izquierda y que a la subida había visto precipicios en esa dirección, trepó
gateando otra vez, lo más cerca posible —según recordaba— del lugar desde donde

había partido y comenzó a bajar de nuevo, torciendo a la derecha. Después las cosas

parecieron ir mejor. Iba muy cauteloso, pues no podía ver más allá de un metro y todo a su
alrededor continuaba en absoluto silencio. Es muy desagradable tener que caminar con
cautela cuando hay una voz dentro de ti diciendo todo el tiempo: “Rápido, rápido,
rápido”. Cada instante que pasaba se hacía más fuerte su sensación de haber sido

abandonado. Si Eustaquio hubiera entendido a Casp i an y a sus primos Pevensie, habría

sabido, por supuesto, que no existía ni la más remota posibi lidad de que hiciesen una

cosa semejante. Pero estaba convencido de que ellos eran unos demonios con forma

humana.
       —¡Al fin —exclamó Eustaquio, mientras se resbalaba por una cuesta llena de

piedras sueltas (ellos las llamaban guijarros) hasta que llegó al plano—. Y ahora, ¿dónde

están esos árboles? Hay algo oscuro allá adelante. Vaya, creo que la niebla se está

disipando.
       Y así era. La luz aumentaba cada vez más y lo hacía parpadear. La niebla se

levantó, y Eustaquio se encontró en un valle absolutamente desconocido para él. No se

veía el mar por ninguna parte.
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