Page 31 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
P. 31
una dentada cordillera y, más atrás, una vaga oscuridad de montañas que se elevaban en
medio de descoloridas nubes que hacían imposible divisar sus cumbres. Los acantilados
más cercanos, a cada lado de la bahía, estaban veteados aquí y allá por líneas blancas, y
todo el mundo se dio cuenta de que eran cascadas, aunque a esa distancia no parecían
tener movimiento ni hacían ruido alguno. En verdad, todo el lugar estaba muy silencioso
y el agua de la bahía se veía tan lisa como un cristal, y reflejaba hasta el más mínimo
detalle de los acantilados. Tal escena habría sido hermosa en un cuadro, pero en la vida
real era un tanto agobiadora. No era un país acogedor para los visit antes.
La tripulación bajó a tierra en dos barcadas; todos bebieron y se lavaron
alegremente en el río, comieron y descansaron un poco. Luego Caspian envió a cuatro
hombres de regreso para que cuidaran el barco y comenzó el trabajo del día. Había que
hacerlo todo: bajar los barriles a tierra, arreglar los que estaban en mal estado, si era
posible, y llenarlos todos; debían buscar un árbol, de preferencia un pino si conseguí an
uno, para cortarlo y fabricar un nuevo mástil; reparar las velas; organizar una cacería
para matar cualquier presa que ofreciera aquella tierra; había que lavar y remendar la
ropa, y reparar un sinnúmero de destrozos producidos a bordo. Porque en el propi o
Explo rado r del A mane c er —más evidente ahora que lo veían a la distancia— apenas se
podía reconocer ese barco elegante que zarpó de Cielo Angosto. Parecía un armatoste
estropeado y descolorido, que cualquiera habría podido tomar por un barco na ufragado. Y
sus oficiales y tripulantes no estaban mucho mejor: flacos, pálidos, con los ojos rojos por
la falta de sueño y vestidos con harapos.
Cuando Eustaquio, tendido bajo un árbol, escuchó discutir todos estos planes, se le
fue el alma a los pies. ¿Es que no habría descanso? Parecía que el primer día en esa
anhelada tierra sería de trabajo tan pesado como un día en el mar. Pero entonces se le
ocurrió una estupenda idea. Nadie lo miraba, todos hablab an hasta por los codos sobre su
barco, como si realmente les gustara esa porquería. ¿Por qué no desaparecer
simplemente?
Podría dar un paseo hacia el interior de la isla, encontrar un lugar fresco con buen
aire arriba en las montañas, dormir una larga siesta, y no reunirse con los demás hasta
que la jornada de trabajo hubiese terminado. Pensó que esto le haría muy bien. Pero
tendría buen cuidado de no perder de vista la bahía y el barco para estar seguro del
camino de vuelta. No le gustaría que lo dejar an olvidado en ese lugar.
Puso su plan en acción de inmediato. Silenciosamente se levantó del suelo y se
alejó caminando entre los árboles. Se preocupó de ir lentamente, como s i n rumbo, de
modo que si alguien lo veía, podía pensar que sólo estaba estir ando las piernas. Se
sorprendió al ver lo rápido que disminuía el murmullo de la conversación tras él, lo
silencioso y tibio que se volvía el bosque y del tono verde oscuro que tomaba. Pronto se
dio cuenta de que podía aventurarse a paso más rápido y decidido.
Este tranco pronto lo llevó fuera del bosque. El terreno comenzó a subir
empinadamente frente a él. El pasto estaba seco y resbaloso, pero podría arreglárselas si
usaba las manos además de los pies, y aunque jadeaba y tenía que secarse a cada rato la
frente, siguió sin parar. Esto demostró, dicho sea de paso, que aunque él no lo
sospechase su nueva vida ya le había hecho bien; el Eustaquio de antes, el Eustaquio de
Haroldo y Alberta, habría renunciado a escalar al cabo de unos diez minutos.
Lentamente y parándose de vez en cuando a descansar, llegó a la cumbre. Esperaba
desde ahí tener vista hacia el centro de la isla, pero las nubes habí an bajado aún más,
acercándose mucho, y un mar de niebla se arrastraba en dirección a él. Se sentó y miró
hacia atrás. Estaba tan alto que la bahía se veía muy pequeña a sus pies, y alcanzaba a
ver muchas millas de mar. En eso la niebla que venía de las montañas se cerró a su
alrededor, espesa pero no fría; Eustaquio se tendió y se dio vuelta para todos