Page 35 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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Mientras él dormía profundamente y roncaba, los otros habí an terminado de comer
y estaban sumamente alarmados por él.
— ¡Eustaquio, Eustaquio! ¡Oye! —gritaron hasta quedar roncos. Caspian hizo sonar
su cuerno.
—No está por aquí cerca, o ya nos habría oído —dijo Lucía muy pálida.
— ¡Maldito sea! —exclamó Edmundo—. ¿Por qué diablos querría escabullirse de
esta manera?
—Pero tenemos que hacer algo —dijo Lucía—. Puede haberse perdido, o caído a
un hoyo, o quizás fue capturado por los salvajes.
— O lo mató algún animal salvaje —dijo Drinian.
—Y un buen alivio si así fuese, ya lo creo —murmuró Rins.
— Capitán Rins —dijo Rípichip—, jamás dijiste algo que te siente menos. La
criatura no es amiga mía, pero tiene la misma sangre de la reina y, mientras sea uno de
los nuestros, es asunto de honor encontrarlo, y vengarlo si es que está mue rto.
—Por supuesto que tenemos que encontrarlo, si podemos —dijo Caspian, en tono
cansado—. Esa es la lata del asunto. Significa una cuadrilla de búsqueda y problemas sin
fin. ¡Que molestia este Eustaquio!
Entretanto, Eustaquio dormía y dormía. Lo despertó un dolor en un brazo. La luna
brillaba a la entrada de la boca de la cueva y la cama de joyas parecía haberse vuelto
mucho más cómoda. De hecho, Eustaquio apenas la notaba. En un principio se sintió
intrigado por el dolor de su brazo, pero pronto pensó que era la pulsera que él había
subido hasta el codo, que ahora le apretaba en una forma extraña. Seguramente se le
había hinchado el brazo mientras dormía (era su brazo izquierdo).
Movió su brazo derecho para tocarse el izquierdo, pero se detuvo antes de moverlo
unos milímetros, y se mordió los labios aterrado. Porque justo frente a él, un poco a la
derecha, donde el reflejo de la luna iluminaba claramente el suelo de la cueva, vio una
silueta monstruosa que se movía. Reconoció esa forma: era la garra de un dragón. Se
había movido cuando él movió la mano, y se quedó quieta, cuando dejó de moverla.
“¡Qué tonto he sido!”, pensó Eustaquio, “por supuesto que la bestia tenía su pareja,
que ahora está echada a m i lado”.
Por un buen rato no se atrevió a mover ni un músculo. Ante sus ojos subí an dos
delgadas columnas de humo, negras al reflejo de la luna, como el humo que salía de las
narices del otro dragón antes de morir. Todo era tan alarmante que Eustaquio contuvo la
respiración. Las columnas de humo desaparecieron. Cuando no pudo contenerla más, la
fue soltando con gran cautela; y de inmediato reaparecieron los dos chorros de humo.
Pero aun entonces, Eustaquio no sospechaba la verdad.
Luego decidió que avanzaría con mucho cuidado hacia su izquierda y trataría de
salir silenciosamente de la cueva. A lo mejor la criatura estaba dormida y de todos
modos esa era su única oportunidad. Claro que antes de moverse hacia la izquierda miró
hacia ese lado y, ¡qué horror!, allí también había una garra de dragón.
Nadie reprocharía a Eustaquio que en ese momento rompiera en lágrimas. Se
sorprendió del tamaño de sus propias lágrimas al verlas salpicar el tesoro frente a él.
Además eran extrañamente calientes y despedían vapor.
Pero no se sacaba nada con llorar. Debía arrastrarse y salir de entremedio de los
dos dragones. Comenzó por estirar su brazo derecho. La pata y garra del antera del
dragón hicieron exactamente el mismo movimiento a su derecha. Entonces pensó que
debería ensayar por el otro lado. La pata izquierda del dragón también se movió.
¡Dos dragones, uno a cada lado, imitando todo lo que él hacía! Sus nervios no
resistieron más y simplemente se escapó.
Hubo tal estrépito, chirridos, tintineo de oro y rechinar de piedr as cuando corrió
fuera de la cueva, que Eustaquio pensó que los dos dragones lo perseguí an. No tuvo
valor para mirar hacia atrás. Se abalanzó hacia la poza. La retorcida figura del dragón