Page 33 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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VI LAS A V E N T U R A S DE EUSTAQUIO

En ese preciso momento los demás se estaban lavando la cara y las manos en el río y se
preparaban para comer y, luego, descansar. Los tres mejores arqueros habían subido a
los cerros al norte de la bahía, y habían vuelto cargados con un par de cabras salvajes,
que ahora se asaban en el fuego. Caspian hizo traer a tierra un barril de vino, un vino
fuerte de Arquenlandia, que tuvo que ser mezclado con agua para que hubiera bastante
para todos. Hasta el momento el trabajo anduvo bien, así es que la comida fue muy
alegre. Sólo después de una segunda porción de carne de cabra, Edmundo preguntó:

       —¿Dónde está ese sinvergüenza de Eustaquio?
       Entretanto Eustaquio miraba con los ojos muy abiertos aquel valle desconocido.
Era tan angosto y profundo, y los precipicios que lo rodeaban tan escarpados, que
parecía un gran pozo o una zanja. El suelo estaba cubierto de hierba, aunque lleno de
rocas y, por todas partes, se veían manchas negras calcinadas, semejantes a las que ves a
los lados de la línea del tren en un verano seco. A unos quince metros del lugar donde se
encontraba Eustaquio, había una poza de agua clara y tranquila. En un principio no había
nada más en el valle; ni animales, ni pájaros, ni insectos. El sol caía a plomo y los
lúgubres picachos de las montañas se asomaban al borde del valle.
       Por supuesto, Eustaquio se dio cuenta de que en la niebla había bajado por el lado
contrario del cerro, así que se dio vuelta de inmediato para ver el modo de volver atrás.
Pero en cuanto miró, sintió un escalofrío. Aparentemente, con una suerte asombrosa,
había encontrado el único camino posible para bajar: una franja de tierra larga y verde,
terriblemente empinada y angosta, con precipicios a ambos lados. No había forma de
regresar. Pero ahora que había visto de qué se trataba, ¿sería capaz de hacerlo? A la sola
idea, la cabeza le daba vueltas.
       Eustaquio se volvió nuevamente, pensando que, en todo caso, sería mejor que
primero tomara bastante agua de la poza. Pero apenas giró y antes de que diera un paso en
dirección al valle, oyó un ruido tras él. Era sólo un ruido insignificante, pero resonó muy
fuerte en medio de aquel inmenso silencio y lo dejó paralizado de miedo por unos
segundos; luego giró la cabeza y miró.
       Al fondo del acantilado, un poco a la izquierda de Eustaquio, había un agujero
bajo y oscuro, tal vez la entrada a una cueva, del cual salían dos delgadas columnas de
humo. Las piedras sueltas justo bajo el agujero se movían (este fue el ruido que él
escuchó) como si detrás de ellas algo se arrastrase en la oscuridad.
       Algo se arrastraba. Peor aún, algo salía del agujero. Edmundo o Lucía o ustedes lo
habrían reconocido de inmediato, pero Eustaquio no había leído ninguno de los libros
que hay que leer. Lo que salió de la cueva era algo que jamás se había imaginado
siquiera: un largo hocico color plomo, ojos inexpresivos de color rojo, un gran cuerpo
ágil sin plumas ni pelo, que se arrastraba por el suelo; patas cuyos codos subían por
encima de la espalda como las patas de una araña; crueles garras, alas de murciélago que
hacían un sonido chirriante sobre las piedras, y metros de cola. Y las dos hileras de humo
salían de sus narices. Eustaquio jamás había pronunciado la palabra dragón. Y si lo
hubiera hecho, tampoco eso hubiese mejorado las cosas.
       Pero si hubiera sabido algo sobre los dragones, tal vez se habría sorprendido un
poco ante la conducta de este dragón. No se enderezó ni batió sus alas, tampoco lanzó un
chorro de fuego por la boca. El humo que salía por sus narices era semejante al humo que
sale de un fuego que está a punto de apagarse. Tampoco parecía haber visto a Eustaquio.
Se movía muy lentamente hacia la poza, lentamente y haciendo much as
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