Page 34 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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pausas. A pesar de su miedo, Eustaquio se dio cuenta de que aquella era una criatura
vieja y triste. Se preguntó si se atrevería a correr hacia la cuesta, pero seguramente el
dragón volvería la cabeza si oyese algún ruido. Esto podría despabilarlo un poco más.
Tal vez estaba sólo fingiendo. De todas maneras, ¿de qué serviría tratar de escapar
trepando un cerro, de una criatura que puede volar?
El dragón llegó a la poza y deslizó sobre los cascajos su horrible y escamoso
mentón para tomar agua, pero antes de que hubiese tomado nada, emitió un gruñido o
graznido fuerte y metálico y, después de algunas contracciones y convulsiones, rodó
cayendo de costado y quedó absolutamente inmóvil con una garra en el aire. Un poco de
sangre oscura brotó de su hocico abierto. El humo que salía de sus narices se puso negro
por un momento y luego se fue esfumando. No salió nada más.
Pasó un largo rato antes de que Eustaquio se atreviera a moverse. Tal vez este
fuera un truco de la bestia, un modo de atraer a los viajeros a su muerte. Pero nadie
puede esperar para siempre. Dio un paso acercándose, luego dos, y se detuvo
nuevamente. El dragón seguía inmóvil; también se dio cuenta de que el fuego rojo había
desaparecido de sus ojos. Finalmente, llegó a su lado. Ahora se sentía muy seguro de
que el dragón estaba muerto. Con gran escalofrío, lo tocó; no pasó nada.
Eustaquio sintió un alivio tan grande, que casi soltó una carcajada. Empezó a
sentirse como si hubiese luchado con el dragón y le hubiese dado muerte, en vez de,
simplemente, haberlo visto morir. Pasó por encima del animal y se acercó a la poza para
tomar agua, pues el calor se hacía insoportable. No se sorprendió al oír el estruendo de
un trueno. Casi de inmediato desapareció el sol y, antes de que terminara de tomar agua,
comenzaron a caer gruesas gotas de lluvia.
El clima de esta isla era muy desagradable. En menos de un minuto Eustaquio
quedó mojado hasta los huesos, y medio cegado con una lluvia que jamás se ve en
Europa. No valía la pena tratar de salir del valle mientras no parara de llover. Corrió a
toda carrera al único refugio cercano: la cueva del dragón. Allí se tendió en el suelo y
trató de recuperar el aliento.
La mayoría de nosotros sabe qué podemos encontrar en la guarida de un dragón,
pero, como ya dije antes, Eustaquio había leído sólo los libros inadecuados en los que se
hablaba mucho de exportaciones e importaciones, gobiernos y pérdidas financieras, pero
eran muy deficientes en materia de dragones. Es por eso que estaba muy desconce rtado
con respecto a la superficie en la que descansaba. Había algunas cosas que eran
demasiado espinosas para ser piedras y demasiado duras para ser espinas, y parecía
haber una gran cantidad de cosas redondas y planas que tintineaban cuando él se movía.
Por la boca de la cueva entraba luz suficiente para examinar lo que allí había. Eustaquio
encontró lo que cualquiera de nosotros le podría haber dicho de antem ano: un tesoro.
Había coronas (esas eran las cosas espinudas), monedas, anillos, pulseras, lingotes,
copas, platos y piedras preciosas.
Eustaquio, al revés de la mayoría de los niños, nunca había pensado mucho en
tesoros, pero vio de inmediato lo útil que serían en este nuevo mundo al que había
llegado sin querer en forma tan tonta, a través de un cuadro del dormitorio de Lucía.
“Aquí no existen los impuestos”, se dijo, “y no tienes que darle el tesoro al
gobierno. Con unas pocas cosas de éstas podría pasarlo bast ante bien aquí, tal vez en
Calormania. Esto parece ser lo menos falso de estas tierras. ¿Cuánto seré capaz de
llevar? Veamos... esta pulsera (probablemente estas cosas que tiene s ean brillantes), me la
pondré disimuladamente en la muñeca. Es demasiado gr ande, pero no si me la corro para
acá, arriba del codo. Ahora me lleno los bolsillos con diamantes (es más fácil que el
oro). ¿Cuándo irá a aflojar esta maldita lluvia?”
Eustaquio se puso en un lugar menos incómodo en el montón de joyas, donde
había casi puras monedas, y se instaló a esperar. Pero un buen susto, cu ando ya ha
pasado, especialmente un buen susto después de una caminata por las montañas, te deja
agotado. Eustaquio se quedó dormido.