Page 40 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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pero siempre solo, ya que, ahora que era un dragón, le gustaba la comida cruda y no
podía soportar que lo vieran comiendo algo tan cochino. Y un día, volando lentament e y
muy cansado pero triunfante, llevó hasta el campamento un enorme pino que había
arrancado de raíz en un valle lejano, que podía servir para fabricar un magnífico mástil. Y
en las tardes, si hacía frío, como a veces ocurría después de grandes lluvias, E ustaquio
era un bienestar para todos, ya que toda la compañía venía a sentarse apoyando sus
espaldas contra las ijadas calientes del dragón, y allí se olvidaban del frío y se secaban; un
simple resoplido de su ardiente aliento era capaz de encender la fogata más rebelde.
Algunas veces llevaba a un grupo escogido a volar sobre su espalda, para que pudieran
ver, dando vueltas debajo de ellos, las verdes laderas, las alturas rocosas, los angostos
valles que parecían zanjas y, más allá del mar, hacia el este, un punto azul muy oscuro en
el horizonte, que podía ser tierra.

       El placer (bastante nuevo para él) de agradar a los demás y, más aún, de que a él le
agradaran los demás, era lo que libraba a Eustaquio de la desesperación, ya que ser
dragón era muy deprimente. Cada vez que volaba sobre un lago en la montaña y veía
reflejarse su figura, sentía un escalofrío. Odiaba las inmensas alas de murciélago, la
cordillera de borde dentado sobre el lomo y sus crueles garras curvadas. Casi le daba
miedo estar solo, pero sentía vergüenza de estar con los demás. En las tardes que no lo
usaban como botella de agua caliente, se escabullía del campamento y se quedaba hecho
un ovillo, como una culebra, entre el bosque y el mar. En tales ocasiones, para gran
sorpresa suya, Rípichip era su consuelo más frecuente. El noble Ratón se alejaba muy
despacio del alegre círculo que había en torno al fuego y se sentaba junto a la cabeza del
dragón, a barlovento, para quedar fuera del alcance de su humeante aliento. Ahí
explicaba a Eustaquio que lo que le había ocurrido era una demostración sorprendente de
las vueltas que daba la rueda de la fortuna y que si él lo tuviera en su casa de Narnia (en
realidad era una cueva y no una casa, y ni la cabeza del dragón, dejando a un lado su
cuerpo, habría podido meterse), le mostraría más de cien ejemplos de emperadores,
reyes, duques, caballeros, poetas, amantes, astrónomos, filósofos y magos que habían
caído de la prosperidad a las circunstancias más angustiosas, de los cuales muchos se
habían recuperado y habían vivido felices para siempre. Tal vez eso no era un gran
consuelo en ese momento, pero la intención era tan cariñosa que Eustaquio nunca lo
olvidó.

       Pero claro que sobre todos se cernía como una nube el problema de lo que harían
con su dragón una vez que estuvieran listos para zarpar. Trataban de no comentarlo
cuando él estaba cerca, pero Eustaquio no pudo evitar oír por casualidad cosas como
“¿Cabrá a lo largo de uno de los costados de cubierta? Tendríamos que trasladar todas
las provisiones para abajo, hacia el otro lado, para contrapesar el barco”, o “¿Qué pasa si
lo remolcamos?” o “¿Será capaz de seguirnos volando?” y (más frecuente aún), “pero ¿qué
haremos para alimentarlo?” El pobre Eustaquio comprendió cada vez más que desde el
primer día que subió a bordo había sido una profunda molestia y que ahora era una
molestia más grande todavía. Y esto corroía su mente así como aquella pulsera hería su
pata. Sabía que tironear la argolla con sus grandes dientes sólo empeoraba las cosas,
pero no podía evitar hacerlo, tirándola de vez en cuando, especialmente en las noches
calurosas.

       Una mañana, unos seis días después de desembarcar en la Isla Dragón, Edmundo
se despertó por casualidad muy temprano. Estaba recién aclarando, de modo que podía
ver los troncos de árboles si estaban entre él y la bahía, pero no en la otra dirección. Al
despertar, Edmundo creyó oír que algo se movía; se levantó un poco, apoyándose en un
codo, y miró a su alrededor. De pronto le pareció ver una figura oscura que andaba por el
lado del bosque que da al mar. La idea que de inmediato cruzó por su mente fue:
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