Page 37 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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por Casp ian, volvió tarde y muy cansado. Sus noticias eran inquietantes. No habían
encontrado ningún rastro de Eustaquio, pero habían visto un dragón muerto en un valle.
Trataron de ver el lado positivo del asunto y unos a otros se asegurab an que lo más
probable era que no hubiera más dragones por los alrededores, y que aquel que había
muerto cerca de las tres esa tarde (a esa hora lo encontraron), difícilmente podría haber
estado matando gente unas pocas horas antes.
—A menos que se haya comido a ese chiquillo malcriado y haya muerto de
indigestión: ese mocoso envenenaría cualquier cosa —dijo Rins, pero tan despacio que
nadie lo oyó.
Ya tarde en la noche, Lucía se despertó, muy suavemente, y vio a todos reunidos,
muy juntos y hablando en susurros.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—Debemos tener mucha fortaleza —decía Caspian—. Un dragón acaba de
sobrevolar las copas de los árboles y ha aterrizado en la playa. Sí, me temo que está
entre nosotros y el barco. Las flechas no sirven de nada contra los dragones, y ellos no le
temen en lo más mínimo al fuego.
—Con el permiso de su Majestad... —comenzó Rípichip.
—No, Rípichip —dijo firmemente el Rey—. No vas a intentar un combate singular
con él. Y a menos que me prometas que me vas a obedecer en este asu nto, te haré
amarrar. Sólo debemos estar muy vigilantes y, apenas amanezca, bajar a la playa y librar
la batalla. Yo los guiaré. El rey Edmundo estará a mi derecha y lord Drinian a mi
izquierda. No hay otras medidas que tomar. En un par de horas será de día. Que se sirva la
comida en una hora más y también lo que queda de vino; y que todo se haga en si lencio.
— Tal vez se vaya —dijo Lucía.
— Será peor si lo hace —dijo Edmundo—, porque entonces no sabremos dónde
está. Si hay una avispa en la pieza, me gustaría poder verla.
El resto de la noche fue horrible y cuando la comida estuvo servida, a pesar de
saber que debían comer, muchos sintieron que no tenían hambre. Pareció que pasaban
horas interminables antes de que se disipara la oscuridad y los pájaros empezaran a
trinar por aquí y por allá, y la tierra se puso más fría y húmeda de lo que había estado en
la noche. Entonces Caspian gritó:
— ¡Ahora, amigos!
Se levantaron, todos con sus espadas desenvainadas, y se formaron en un sólido
grupo, con Lucía al centro y Rípichip en su hombro. Esto era mejor que la espera, y cada
uno de ellos sentía más cariño hacia los demás que en tiempos normales. Un instante
después, todos marchaban. A medida que se acercaban al extremo del bosque, aumentaba
la claridad. Y allí, tendido en la arena, como una lagartija gigante, o un flexible
cocodrilo o una serpiente con patas, inmenso, horrible y jorobado, estaba el dragón. Pero
al verlos, en vez de levantarse echando fuego y humo, retrocedió; casi se puede decir se
fue tambaleando hasta los bajos de la bahía.
— ¿Por qué menea así la cabeza? —preguntó Edmundo.
—Y ahora está saludando con la cabeza —dijo Caspian.
—Y algo sale de sus ojos —añadió Drinian.
—Pero ¿no se dan cuenta? —dijo Lucía—. Está llorando. Esas son lágrimas.
—Yo no confiaría mucho, señora —advirtió Drinian—. Es lo que hacen los
cocodrilos para pillarnos desprevenidos.
—Movió la cabeza cuando dijiste eso —apuntó Edmundo—, como si quisiera decir
“no”. Miren, otra vez.
— ¿Crees que entiende lo que estamos diciendo? —preguntó Lucía.
El dragón movió su cabeza con vehemencia. Rípichip se dejó caer del hombro de
Lucía y dio unos pasos hacia adelante.
—Dragón —dijo con su voz chillona—. ¿Puedes entender nuestras palabras?
El dragón asintió con su cabeza.