Page 41 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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¿Estamos bien seguros de que no hay nativos en esta isla después de todo? Luego pensó
que podía ser Caspian (la figura era más o menos de su tamaño), pero sabía que él estaba
durmiendo cerca suyo y pudo ver que no se había movido. Edmundo se aseguró de tener
la espada en su lugar y se levantó a investigar.
Bajó lentamente hacia la entrada del bosque y la figura estaba aún allí. Ahora
podía ver que era demasiado pequeña para ser Caspian y muy grande para ser Lucía. No se
escapó. Edmundo desenvainó su espada y ya iba a desafiar al extraño cuando éste dijo en
voz baja:
— ¿Eres tú, Edmundo?
— Sí —contestó—. ¿Quién eres tú?
— ¿No me reconoces? —preguntó el otro—. Soy yo, Eustaquio.
— ¡Por Júpiter! —exclamó Edmundo—. ¡Es verdad! Mi querido amigo...
— Cállate —dijo Eustaquio, y se tambaleó como si se fuera a caer.
— Oye —dijo Edmundo, mientras lo sujetaba para que no se cayera —. ¿Qué pasa?
¿Estás enfermo?
Eustaquio permaneció tanto rato en silencio, que Edmundo pensó que se había
desmayado, pero finalmente habló:
— Esto ha sido espantoso. No te puedes imaginar... Pero todo está bien ahora.
¿Podemos ir a conversar a alguna parte? No quiero encontrarme con los otros todavía.
— Sí, por supuesto, donde tú quieras —dijo Edmundo—. Podemos sentarnos en
aquellas rocas. Oye, no te imaginas lo feliz que estoy de verte... eh... y de que eres tú
otra vez. Me imagino que debes haber pasado momentos horribles.
Caminaron hasta las rocas y se sentaron mirando el otro lado de la bahía, mientras el
cielo se volvía cada vez más pálido y desaparecían las estrellas, excepto una muy
brillante, allá abajo, cerca del horizonte.
—No te contaré cómo me transformé en un..., en dragón, hasta que se lo pueda
contar a todos los demás y olvidemos el asunto —dijo Eustaquio—. A propósito, yo no
sabía qué era un dragón hasta que oí que todos ustedes usaban esa palabra cuando vine
aquí la otra mañana. Quiero contarte cómo dejé de ser dragón.
—Dispara no más —dijo Edmundo.
—Bueno, anoche me sentía más desdichado que nunca y esa maldita argolla me
estaba lastimando como diablo...
— ¿Estás bien ahora?
Eustaquio se rió, con una risa muy diferente a la que Edmundo le oyera antes, y se
sacó fácilmente la pulsera de su brazo.
—Aquí está —dijo—, y por mi parte, al que le guste que se quede con ella. Bueno,
como te iba diciendo, yo estaba echado, despierto, y preguntándome qué diablos iría a ser
de mí. De pronto... Pero, en realidad, puede que todo haya sido un sueño. Yo no sé.
— Sigue —dijo Edmundo con mucha paciencia. —Bueno, de todos modos, miré
hacia arriba y vi lo último que habría esperado: un inmenso león se acercaba a mí
lentamente. Y lo raro fue que anoche no había luna, pero había luz de luna donde estaba el
león. Se me acercaba cada vez más. Yo le tenía mucho miedo. Seguramente pensarás que,
siendo un dragón, fácilmente habría podido dejar fuera de combate a cualquier león.
Pero no era esa clase de miedo. No temía que me fuera a comer, simplemente l e tenía
miedo a él... ¿Me entiendes? Bien, llegó muy cerca mío y me miró fijo a los ojos. Y yo
cerré los ojos, bien apretados. Pero no sirvió de nada, porque él me dijo que lo siguiera.
— ¿Quieres decir que te habló?
—No lo sé. Ahora que tú lo dices, no creo que lo hiciera. Pero de todas formas me