Page 58 - 03. Saga Las Cronicas De Narnia
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X EL LIBRO DEL MAGO

Los seres invisibles atendieron a sus invitados en forma majestuosa. Era muy gracioso
ver que hasta la mesa llegaban fuentes y platos y no ver quién los traía. Incluso habría
sido divertido si las cosas se hubiesen movido al nivel del suelo, como era de esperar
que lo hicieran manos invisibles. Pero no ocurrió tal cosa. Las bandejas avanzaban por el
comedor dando una serie de brincos y saltos. En el punto más alto de cada salto, un plato
estaría más o menos a cuatro metros de altura en el aire; luego bajaba y se detenía
súbitamente a casi un metro del suelo. Cuando los platos contenían algo como sopa o
compota, los resultados eran bastante desastrosos.

       —Empiezo a sentir mucha curiosidad por esta gente susurró Eustaquio a
Edmundo—. ¿Piensas que son seres humanos? Yo diría que más parecen inmensos
saltamontes o sapos gigantes.

       —Así parece —respondió Edmundo—, pero no le metas en la cabeza a Lucía la
idea de los saltamontes. No es muy aficionada a los insectos, especialmente a los
grandes.

       La comida habría transcurrido en forma mucho más agradable si no hubiera sido
tan sumamente desordenada, y también si la conversación no hubiese consistido sólo en
expresiones de acuerdo. Los invisibles estaban de acuerdo con todo. Y la mayoría de sus
observaciones eran de ésas con las que no es fácil estar en desacuerdo: “Siempre digo
que cuando un tipo tiene hambre, le gusta comer algo”. “Esta oscureciendo. Todas las
noches es lo mismo”. O incluso “¡Ah! Ustedes llegaron por mar. Qué cosa más mojada,
¿ n o e s cierto?”

       Mientras tanto Lucía no podía evitar mirar el oscuro y profundo acceso hacia el pie
de la escalera (la podía ver desde donde estaba sentada), y se preguntaba qué encontraría
allá arriba a la mañana siguiente. Pero aparte de eso, fue una buena comida, con sopa de
hongos, pollo cocido y jamón caliente, grosellas silvestres, pasas rojas, requesón, crema,
leche y aguamiel. A todos les gustó el aguamiel, menos a Eustaquio, que más tarde se
arrepintió de no haber tomado un poco.

       Cuando Lucía despertó a la mañana siguiente, tuvo la misma sensación que tenía al
despertar los días de exámenes o los días en que tenía que ir al dentista. L a mañana
estaba deliciosa, con las abejas que entraban y salían zumbando por la ventana abierta, y
afuera el prado, tan parecido a cualquier lugar de Inglaterra. Se levantó, se vistió y a la
hora del desayuno trató de comer y conversar como de costumbre. M ás tarde, después de
recibir instrucciones de la Voz Jefe sobre lo que tenía que hacer a llá arriba, se despidió
de los otros, y sin decir nada caminó hasta el pie de la escalera y comenzó a subir sin
mirar hacia atrás.

       Estaba bastante claro, lo que era muy bueno. Justo frente a ella, al finalizar el
primer tramo, había una ventana. Todo el tiempo que estuvo en ese tramo de la escalera
podía escuchar el tic-toc, tic-toc de un reloj de pared que había en el salón de abajo.
Luego, en el descanso de la escalera, tuvo que girar hacia la izquierda para subir el
tramo siguiente; después ya no oyó más el sonido del reloj.

       Lucía llegó al final de la escalera y vio un pasillo largo y ancho, con una gran
ventana al otro extremo. Aparentemente, el pasillo atravesaba toda la casa. Estaba todo
tallado, artesonado y alfombrado y muchas puertas daban a él a cada lado. Lucía se
quedó inmóvil y no podía oír nada, ni siquiera el chillido de un ratón, el zumbido de una
mosca o el oscilar de una cortina; nada, excepto los latidos de su propio corazón.

       “Debe ser la última puerta a la izquierda”, se dijo.
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